La china en el zapato

Desde que en 1748 Blas de Nasarre encontrase en el primer Libro de Bautismos de la parroquia de Santa María la Mayor, de Alcázar de San Juan, la partida de bautismo de Miguel, un hijo de Blas de Cervantes Saavedra y de Catalina López, el nombre de esta ciudad manchega en el mundo oficial cervantino sigue levantando polémica. Alcázar de San Juan es la china en el zapato del biógrafo cervantino.

Si bien la polémica sobre la cuna de Miguel de Cervantes está cerrada desde hace ya mucho tiempo a favor de Alcalá de Henares, adormecer aún más la tradición cervantina alcazareña sigue siendo un reto para algunos biógrafos de Cervantes. Y si hay que tergiversar los datos sobre esta partida de bautismo para conseguir este fin se hace, casi sin rubor.

En el Cervantes (2022) de Santiago Muñoz Machado, la última, aunque habrá muchas más, biografía del autor del Quijote, podemos leer:

El lugar de nacimiento de Cervantes era, pasada la mitad del siglo XVIII, cuestión controvertida. Lope de Vega, que lo conocía y trataba, lo hizo natural de Madrid. Tomás Tamayo y Vargas, de Esquivias. Andrés Claramonte lo creyó natural de Toledo. Nicolás Antonio, de Sevilla. Don Diego Ortiz de Zúñiga también le atribuyó Sevilla. Otra tradición aseguraba que era natural de Lucena. Luego competirían también Alcázar de San Juan y Consuegra.

En 1748, encontró Juan de Iriarte, en la sala de manuscritos de la Biblioteca Real, una edición impresa en Granada, en 1581, concerniente a 185 cautivos rescatados en Argel el año anterior, entre cuyas primeras partidas se mencionaba a «Miguel de Cervantes, de edad de treinta años, natural de Alcalá de Henares». Este documento lo envió a su sobrino Iriarte, y al día siguiente se lo comunicó al padre Sarmiento. El benedictino celebró la noticia y realizó algunas diligencias complementarias, como la lectura de la Topografía e historia de Argel del padre Haedo, que se publicó en Valladolid en 1612, que corrobora la información… Para el padre Haedo Miguel de Cervantes era un «hidalgo principal de Alcalá de Henares». En una de las obras que dejó manuscritas Sarmiento, dijo que estaba claro en la historia de Argel que la verdadera patria de Cervantes era Alcalá.

La insistencia de Sarmiento para que Pingarrón estimulase la búsqueda de la partida de bautismo llevó a encontrarla en la parroquia de Santa María. El cura, Sebastián García y Calvo, envió una copia certificada el 18 de julio de 1752, que publicó don Agustín Montiano el 19 de junio del mismo año 1752.

Poco después apareció en Alcázar de San Juan, lugar de la Mancha perteneciente al priorato de Castilla, otra fe de bautismo en la que consta que el 9 de noviembre del año 1558 fue bautizado por el licenciado Alonso Díaz Pajares un hijo de Blas Cervantes Saavedra y de Catalina López al que le puso de nombre Miguel. En el margen tenía anotado, en distinta letra, «este fue el autor de la historia de D. Quijote», lo que complicó el problema de la patria cervantina. Algunos literatos creyeron que se trataba verdaderamente del Cervantes del Quijote, conjetura que además venía apoyada por las referencias continuas de Cervantes a la Mancha. En Alcázar existía la tradición de que Cervantes era del pueblo, y la nota marginal de la partida lo confirmaba.

Sarmiento confrontó ambas partidas en 1760, comparando también la mención de Haedo junto con otras demostraciones convincentes de Vicente de los Ríos, que llevaron a la confirmación de que era Alcalá el lugar de nacimiento. (Cervantes, pag. 45 y 46)

Muñoz Machadoanota que «Poco después apareció en Alcázar de San Juan, lugar de la Mancha perteneciente al priorato de Castilla, otra fe de bautismo en la que consta que el 9 de noviembre del año 1558 fue bautizado por el licenciado Alonso Díaz Pajares un hijo de Blas Cervantes Saavedra y de Catalina López al que le puso de nombre Miguel». Casi de la misma manera que ya lo hizo Vicente de los Ríos en el Quijote de la RAE de 1780: «A poco tiempo de haberse estampado la partida de bautismo que antecede, se encontró en Alcázar de San Juan, Lugar de la Mancha perteneciente al Gran Priorato de Castilla, otra fe…». No, la partida de Miguel de Cervantes Saavedra de Alcázar de San Juan no apareció «poco después» de haberse descubierto en 1752 la de Alcalá de Henares y publicada por Montiano en su Discurso II sobre las tragedias españolas en 1753, sino que fue descubierta por Blas de Nasarre en 1748, cuatro años antes.

También afirma Muñoz Machado que «en una de las obras que dejó manuscritas Sarmiento, dijo que estaba claro en la historia de Argel que la verdadera patria de Cervantes era Alcalá». El padre Martín Sarmiento llega a esta conclusión, después de leer en 1752 la Topografía e historia general de Argel (1612) del padre Haedo, además de cotejar las dos certificaciones de las partidas de Alcalá de Henares y Alcázar de San Juan. Pero también el padre Sarmiento, en su manuscrito Noticia de la verdadera patria (Alcalá) de ÉL Miguel de Cervantes estropeado en Lepanto, cautivo en Argel y autor de la Historia de D. Quixote y conjetura sobre la Insula Barataria de Sancho Panza (1761), conservado en la BNE (Mss_018031), hace la cronología de las búsquedas de estas dos partidas, y no corresponde con la afirmación de Muñoz Machado en su Cervantes.

En 1761, escribe el padre Sarmiento:

El año de 1717, estando en este mi monasterio de S. Martin de Madrid, baxaba con frecuencia a la librería, que contiene 9 mil tomos. No tanto baxaba a leer; quanto a enredar y revolver libros. Sucedió, que entre ellos tropezé con uno en folio, cuyo título era: Topographia, è Historia General de Argel. Su autor, el Mro  Pfr. Diego de Haèdo, benedictino. Lei un poco de la Topographia, y me pareció muy bien. Pero preocupado de que un monxe benito no podría tratar con exactitud y acierto, de las cosas de Argel; desamparé aquel libro, y eché mano de otro para divertirme. Despues, no volvi a ver ese PHaèdo, asta el año de 1752.

Ese año de 1752, entre otros libros que compré, compré el dicho tomo Historia de Argel. A la primera abertura del libro abri en la pag. 185 del Dialogo de los Martyres; en donde esta el famoso contexto de que era Miguel Cervantes un hidalgo principal de Alcalá de Henares…

 Asi que tropezé con la noticia de la verdadera Patria de Cervantes, la comuniqué, y con franqueza, al librero Francisco Manuel de Mena, que viene a mi celda con frecuencia. Señasele el libro, y el folio 185 de Haedo. Encarguele que esparziesese esa noticia de que Alcalá era la Patria de Cervantes; en la RBibioteca, y en otros congresos de literatos. Mi fin era para que si alguno quisiese tratar ese punto, viese antes en Alcala la Fee de Bautismo de Cervantes. Creo que algunos hizieron la diligencia. Pero el que mas se esmeró en hacerla ha sido DAgustin de Montiano y Luyando, secretario de Su Mag. Y de la R. Academia de la Historia.

Este discreto y erudito caballero, solicitó que en Alcalá se vuscase la Fee de Bautismo. Vuscose, se halló y se le remitió. Y aviendola copiado, la imprimió a la letra en la pagina 10 de su tomo Discurso sobre las Tragedias Españolas: y la Tragedia Athaulpho. Alli supone, que yo tropeze con el texto del PHaedo que expresa que Cervantes ha sido de Alcala de Henares. El dicho tomo se imprimió en 1753 en 8º y en el se cita la pag 185 de Haedo para la noticia.

El padre Sarmiento, convencido de lo que había leído del padre Haedo, coetáneo de Cervantes, es quien en 1752 insta a que se buscase en los archivos parroquiales de Alcalá de Henares la fe de bautismo de Miguel de Cervantes. Ya se había hecho en 1748 un primer intento de localizar la partida de bautismo en Alcalá, después de que Juan de Iriarte encontrase una relación de cautivos liberados en 1580, en la que aparecía un «Miguel de Cervantes, de edad de treinta años, natural de Alcalá de Henares». Quizás, el haber centrado la búsqueda en los apuntes de los niños bautizados en los años 1549 a 1550 fue el motivo del fracaso. 

Blas de Nasarre (1689-1751), bibliotecario mayor de la Biblioteca Real y académico de la Real Academia Española, además de ser quien descubre en 1748 la partida de bautismo en Alcázar de San Juan, un año más tarde hace lo mismo con el acta de defunción de Miguel de Cervantes, encontrada en la parroquia de San Sebastián de Madrid, con la fecha de su muerte: «En 23 de abril de 1616 murió Miguel Cervantes Saavedra, casado con doña Catalina de Salazar, calle del León…». Nasarre publica esta acta de defunción en la «Disertación o Prólogo» de las Comedias y Entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra, editadas en1749, pero sin su firma.

El padre Sarmiento, en su manuscrito, refiriéndose a Nasarre como «el anonymo», por haber publicado sin firmar esa «Disertación o Prólogo» a las Comedias, le confiere la autoría del descubrimiento de la partida de Cervantes en Alcázar de San Juan:

El Anonymo, que en 1732, reimprimio el Quixote de Tordesillas del pseudonymo Alonso Fernandez de Avellaneda; y el Anonymo, que en 1749 reimprimio Las Comedias de Cervantes, y le puso un largo Prologo, ha sido un solo autor bien conocido; y el cual estaba de asiento algunas veces en la Mancha. Me persuado a que a ese se le comunicó la noticia de la certificación del Alcazar de SJuan. Digo esto; porque antes que yo tropezase con la Historia de Argel; y aun antes que muriese el dicho Anonymo; me avian dicho en la celda, que ya se avía descubierto en la Mancha, la Patria de Cervantes; y tengo idea confusa de que señalaron el Alcazar de SJuan.

La cronología real de las apariciones de ambas partidas de bautismo, la de Alcázar de San Juan y la de Alcalá de Henares, es evidente. Antes de que el padre Sarmiento comprara y leyese la Historia de Argel, del padre Haedo, «en donde esta el famoso contexto de que era Miguel Cervantes un hidalgo principal de Alcalá de Henares», cosa que hace en el año 1752, ya se conocía la partida de bautismo de Miguel de Cervantes en Alcázar de San Juan, descubrimiento atribuido a Blas de Nasarre. Si Nasarre muere en 1751, habiendo publicado el acta de defunción de Cervantes en el prólogo de las Comedias editadas en 1749, la fecha de la aparición pública de la partida alcazareña de 1748 es cuatro años anterior al descubrimiento de la alcalaína y cinco de su publicación por Agustín de Montiano. 

Esta cronología en la aparición de las partidas de bautismo no cambia en nada la biografía oficial conocida de Miguel de Cervantes. Tampoco cambia la tradición que se ha transmitido en Alcázar de San Juan de generación en generación, que llegó incluso a cambiar su nombre oficial a Alcázar de Cervantes durante algunos años del pasado siglo XX. Antes de que Blas de Nasarre escribiese en 1748, al margen de la partida alcazareña, «Este fue el autor de la Historia de DQuixote», la tradición alcazareña ya había reconocido a su vecino Miguel, primer hijo de Blas de Cervantes Saavedra y Catalina López, como el autor del Quijote.

                                                    Luis Miguel Román Alhambra

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

Alfonso Dávila biógrafo de Cervantes visita la comarca del Quijote

Alfonso Dávila Oliveda, tercero por la izquierda

Dávila Oliveda es burgalés afincado en Alcalá de Henares, ex director del Archivo General de la Administración, ha participado en un almuerzo organizado por la Sociedad Cervantina de Alcázar y visitará en los próximos días la comarca del Quijote

Frente a la mayoría de biógrafos que aseveran que nuestro escritor no pasó por la universidad, él puede presumir de haber encontrado los documentos que certifican la estancia de Miguel de Cervantes en la Universidad de Alcalá de Henares figurando matriculado en ella entre los años 1566 al 1568

Alcázar de San Juan, 22 de mayo de 2022.- La Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan ha recibido en su actividad “los Almuerzos de don Quijote” a Alfonso Dávila Oliveda gran profesional de los archivos españoles e incansable buscador de documentos, especialmente los que contribuyen a aclarar la oscura -todavía- biografía de Miguel de Cervantes Saavedra.

Dávila es Licenciado en Historia y Diplomado en Archivística y Documentación. Ex  director del Archivo General de la Administración, así como Facultativo del Cuerpo de Archiveros del Estado y tiene publicada una amplia e interesante biografía de Cervantes:

  • Miguel de Cervantes. Apuntes para una biografía. Vol. 1. Soldado poeta (1547-1585), 2015.
  • Miguel de Cervantes. Apuntes para una biografía. Vol. 2. El agente del Rey predestinado para el teatro, que se dedicaba a los negocios poeta (1586-1595), 2016.
  • Miguel de Cervantes. Apuntes para una biografía. Vol. 3. El espía (1595-1603), 2019; de la que aún le queda por terminar la correspondiente a la última parte de su vida y está trabajando en ella.

Precisamente ha venido a la comarca del Quijote para conocer de primera mano Alcázar de San Juan, El Toboso, Campo de Criptana, Puerto Lápice, Argamasilla de Alba, las Lagunas de Ruidera y la Cueva de Montesinos, lugares por donde se desarrollaron las aventuras principales del Quijote.

Muchos de sus hallazgos documentales que enriquecen su biografía cervantina chocan con las biografías oficiales (podríamos llamarlas así) ya que todas ellas se inspiran en mayor o menor medida en la Vida de Miguel de Cervantes Saavedra escrita en 1737 por Mayans y Siscar, siendo más que comprobado que los documentos que no se ajustan al relato establecido por este primer biógrafo, se desprecian o se esconden, se destruyen o se hacen desaparecer para no acabar con el mito de Cervantes que quedó establecido con esta obra.

Pero es evidente que ha encontrado documentos que atestiguan el paso de Miguel de Cervantes por la Universidad de Alcalá, al menos entre los años 1566 y 1568, siendo síndico estudiantil (lo que equivaldría a ser delegado de curso) en los años 1567 y 1568; y teniendo por compañeros de estudios a Mateo Alemán, Juan de Palacios (cura de Esquivias y tío de su futura mujer Catalina de Salazar y Vozmediano), Mateo Sánchez, Pedro Laynez e incluso a Gaspar de Ezpeleta quien morirá en el lecho de Miguel, en Valladolid en el año 1605.

Tras su llegada a Alcázar de San Juan, Alfonso Dávila, en compañía de miembros de la Directiva de la SCA, ha visitado el Museo Casa del Hidalgo, donde ha podido comprobar cómo era la casa y la vida de un hidalgo del Siglo de Oro español y donde ha podido apreciar un facsímil de la partida de bautismo del Miguel de Cervantes alcazareño. Después visitó la plaza de Santa María y sus alrededores donde está la estatua de Cervantes, el cubillo de la muralla, el torreón del Gran Prior y la Capilla de Palacio. Desde allí se trasladó a la sede de la Cervantina a degustar unos típicos platos manchegos. 

Alfonso Dávila habló en la sede de los cervantistas alcazareños de tres personas llamadas Miguel de Cervantes, el bautizado en Alcalá, el bautizado en Alcázar de San Juan y un tercer Miguel de Cervantes mexicano, nacido en Oaxaca, perteneciente a la rama familiar de los Cervantes de América, fundadores del Estado Mexicano. Defendió además que todos eran escritores, manifestando su corazonada -que basa en los documentos encontrados-, de que todos pudieran haber trabajado coordinados tanto en sus redes de negocios como en aspectos cultuales, en diferentes momentos de sus vidas.  

También habló de los caballeros de la orden de San Juan y de algunos de sus secretos que han mantenido ocultos durante mucho tiempo, que les dieron ventajas económicas y de salud en su época, y que por afectar a la ciudad de Alcázar de San Juan y sus recursos económicos, en breve desvelará publicando un artículo donde dará a conocer el poder que en su tiempo llegaron a alcanzar los caballeros sanjuanistas.

Los socios cervantinos disfrutaron de la erudición de este invitado que no paró de ofrecerles datos y que apuntó algunos temas muy interesantes y los archivos donde se encuentran los documentos que los apoyan, sobre los que desarrollar las investigaciones que algunos de los socios están llevando a cabo.

En resumen, un fructífero almuerzo que ha enriquecido a los miembros de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan después de haber compartido mesa, mantel y afición por espacio de casi ocho horas. Por su arraigada amistad personal con Krzysztof Sliwa, prometió a los cervantistas alcazareños una próxima visita acompañado del reconocido cervantista polaco.

Alfonso Dávila Oliveda entró a la bodega-sede de la Sociedad como invitado y salió como un amigo más de esta asociación cultural que crece en importancia y conocimiento día a día.

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

Maneras de comer en el Quijote

Ilustración de Gustave Doré para la edición L’ingénieux hidalgo Don Quichotte de la Manche (Hachette), PARIS, 1863. Tomada de QBI – Banco de Imágenes del Quijote

Luis Gómez Canseco

Ponencia en la IV Mesa Redonda Cervantina «La gastronomía del Quijote en el siglo XXI», celebrada en Alcázar de San Juan el 30/04/2022

Para la narrativa que comienza su andadura a finales del siglo XV, la presencia de la comida está hondamente relacionada con la irrupción de la realidad en la ficción. En ese recorrido que empieza con La Celestina y sigue hasta el Lazarillo de Tormes, la comida tiene una cierta importancia, aunque en principio más como reflejo del hambre y de una situación social que con entidad propia. No obstante, cuando avanzamos hacia el Guzmán de Alfarache y, sobre todo, hacia el Quijote, el asunto cambia por completo. Se trata de textos mucho más complejos, en los que el no solo el tiempo o la geografía vienen a coincidir con los de los lectores contemporáneos, sino que todo contribuye a la reconstrucción en palabras de esa apariencia de realidad: el lenguaje, los usos, el ambiente, los personajes mismos y, claro está, lo que comen.

Cervantes quiso que sus personajes tuvieran vida y que, como consecuencia, cumplieran con las condiciones fisiológicas necesarias para ello. De ahí el elogio que el cura Pero Pérez hace del Tirante el Blanco durante el escrutinio de la librería de don Quijote:

Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte. (I, 6)

En principio, nada hay de extraordinario ni de novelesco en esta cuestión, que pudiera parecer intrascendente; pero Cervantes se sirvió de ella al menos para dos funciones. En primer lugar, le permitió crear un paisaje narrativo que parece real y que da densidad al mundo imaginario. En segundo lugar, lo que los personajes comen y el modo en cómo lo hacen nos ayuda a conocerlos en su complejidad.

Esquematizando mucho esa complejidad, podríamos decir que hay tres maneras básicas de comer en el libro. cervantino: la primera es el hambre, esto es, no comer; la segunda es comer con ansia; la tercera, por el contrario, consiste en comer con contención y mesura. Estos modos –en especial los dos últimos– reflejan en buena medida los órdenes sociales que se reflejan en el libro. Y es que, más allá del hambre que tenga cada uno, el ansia a la hora de comer se asociaba a lo villanesco, mientras que la mesura correspondía a las maneras más educadas de sentarse a la mesa y de comportarse frente a la oferta gastronómica.

Se trata, si bien se mira, del mismo arco social que podemos ver reflejado en el Quijote, con una primera parte dominada por un paisaje mucho más rural –el de las ventas, los arrieros, los pastores y los villanos–, donde las clases más altas solo comparecen en el enredo de Sierra Morena, cuando don Quijote y su cuadrilla llegan a la venta con Cardenio y Dorotea, y se encuentran allí con don Fernando, Luscinda, el oidor, don Luis, doña Clara y el capitán cautivo. En la segunda parte, muy probablemente bajo el impacto provocado por el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, Cervantes llevó su caballero hacia un mundo más urbano, más amplio y más diverso en el dibujo que se hace de la sociedad contemporánea.

En el libro de 1605, los protocolos se mueven entre la cena con los pastores y las frugales comidas de Sancho y su amo en medio del campo. En 1615, sin embargo, nos encontramos con episodios culinarios mucho más elaborados como las bodas de Camacho, los sufrimientos de Sancho en su mesa de gobernador en la ínsula Barataria o la visita a la casa de don Antonio Moreno. En ese recorrido, vamos a pasar desde simples alforjas de viaje o mesas poco surtidas, como sería la del propio Alonso Quijano, a auténticos festines gastronómicos. Aun así, en cada uno de esos casos los personajes guardan su particular protocolo.

La escasez que a menudo afecta a las alforjas de Sancho se ve compensada por la abundancia que gentilmente se les ofrece aquí y allá. Ese despliegue alimenticio con el que se encuentran –sobre todo en la segunda parte– tenía mucho que ver con el prestigio social del anfitrión, que de este modo ponía de manifiesto su riqueza y liberalidad. De ahí que don Diego de Miranda, el caballero del Verde Gabán, asegure que sus convites eran «limpios y aseados y nonada escasos» (II, 16). Conviene recordar aquí que el protocolo de la corte de Borgoña, introducido en España por la dinastía de los Austrias, recomendaba servir un buen número de platos simultáneamente, tal como se ve en el fallido banquete de Sancho como gobernador o, en una versión rústica, en las bodas de Camacho.

Pero recordemos que la primera forma de comer era con hambre y sin remilgos. Es lo que hace Cardenio, a pesar de su condición, en Sierra Morena:

Luego sacaron Sancho de su costal y el cabrero de su zurrón con que satisfizo el Roto su hambre, comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan apriesa, que no daba espacio de un bocado al otro, pues antes los engullía que tragaba; y en tanto que comía ni él ni los que le miraban hablaban palabra. (I, 24)

Otro tanto cabe decir de los peregrinos que acompañan al morisco Ricote, que comen «con grandísimo gusto y muy de espacio». Pero hasta en esto guardaban su protocolo, porque lo hacen tomando la comida «con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa». Bien es verdad que, cuando se trata de beber, la cosa cambia:

…y luego al punto todos a una levantaron los brazos y las botas en el aire: puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él la puntería; y de esta manera, meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gusto que recebían. (II, 54)

Los mismos cabreros del capítulo 11 de la primera parte se someten a normas sociales a la hora de comer. Cuando don Quijote y Sancho llegan a la majada, los cabreros les acogen con generosidad, atendiéndoles con su mejor protocolo:

…tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron. (I, 11)

Animado por esa sencillez, don Quijote invita a Sancho a romper la distancia social que los separa y comer juntos. El escudero rechaza, sin embargo, la oferta para comer a sus anchas sin atenerse a esas normas que marcaba la urbanidad de la época:

Mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. (I, 11)

A la postre, tales ataduras terminarán por serle impuestas al escudero cuando lleguen al palacio de los duques. Primero será don Quijote quien, tras comer con todo el aparato a la mesa de los duques, sufrirá un protocolo inventado y burlesco con el que le lavan las barbas. La costumbre sorprende incluso a Sancho, que asegura: «en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas» (II, 32). Más adelante será el propio don Quijote quien le instruya con sus consejos en los modos comer que convienen a un gobernador, atendiendo tanto a la dieta como a la mesura y al protocolo. De ahí se suceden esas tres extraordinarias sentencias: «No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería», «Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago» y «Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie». Sancho, que no entendía esa voz de erutar, precisa que su amo le explique que «quiere decir ‘regoldar’, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy sinificativo». A lo que el escudero repone: «Uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo» (II, 43).

Ya en su gobierno insular, Sancho disfrutará del mismo aparato y la gastronomía de los que disfrutaban los nobles, pero lo hará bajo la implacable tutela del doctor Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafuera, que le impide disfrutar del festín que, como gobernador, tenía a la mano. Tan es así que, cuando decide abandonar el cargo, tan solo pide «medio queso y medio pan», sin «mayor ni mejor repostería» (II, 53). Vuelve así a su dieta y maneras de villano.

Sin embargo, a partir de ese momento, el escudero se hace otro. Sobre todo, desde el punto y hora en que el Quijote apócrifo vio la luz. Avellaneda pintó a Sancho como un villano zafio y glotón, que se atracaba de albondiguillas y manjar blanco, y se guardaba las sobras en los bolsillos. Así se lo recordaba don Antonio Moreno en Barcelona: «Acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas, que si os sobran las guardáis en el seno para el otro día». A lo que Sancho repone: «No, señor, no es así, porque tengo más de limpio que de goloso, y mi señor don Quijote, que está delante, sabe bien que con un puño de bellotas o de nueces nos solemos pasar entrambos ocho días». Hasta el propio don Quijote sale en defensa de su escudero, asegurando que «la parsimonia y limpieza con que Sancho come se puede escribir y grabar en láminas de bronce, para que quede en memoria eterna en los siglos venideros. Verdad es que cuando él tiene hambre parece algo tragón, porque come apriesa y masca a dos carrillos, pero la limpieza siempre la tiene en su punto». Y aún añade una puntualización extraordinaria sobre los modos de comer, y es que «en el tiempo que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto, que comía con tenedor las uvas, y aun los granos de la granada» (II, 62).

Algo había haber de verdad, porque en la primera parte el escudero no tiene inconveniente en comer a sus anchas cuando el hambre le azuza:

Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondiole su amo que por entonces no le hacía menester, que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. (I, 8)

En la segunda, no obstante, ya derrotado en las playas de Barcelona, el caballero se dirige de regreso a la aldea, sin ánimo para pensar en alimentos: «No comía don Quijote, de puro pesaroso». Ante esta situación, el antiguo villano ya ha aprendido a abstenerse y a guardar las formas: «Sancho no osaba tocar a los manjares que delante tenía, de puro comedido, y esperaba a que su señor hiciese la salva». Pero solo por un tiempo razonable, porque al poco, viendo que don Quijote «no se acordaba de llevar el pan a la boca, no abrió la suya y, atropellando por todo género de crianza, comenzó a embaular en el estómago el pan y queso que se le ofrecía» (II, 59).

Pero ¿qué ocurre con el caballero en todo este paisaje? Le hemos visto instruir a Sancho en las buenas maneras, sentarse a la mesa con don Diego de Miranda, con don Antonio Moreno o con los nobilísimos duques, sin despreciar por ello la invitación de los cabreros o las alforjas de Sancho. Pero ocurre –y no es traza de menor cuantía– que todo lo que Alonso Quijano sabe, don Quijote lo transforma en materia de caballerías. Y en estos libros a los caballeros todo se iba en amores y batallas, sin atender demasiado al sustento. El mismo caballero lo recordaba al poco de salir de su aldea:

Hágote saber, Sancho que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo, que aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. (I, 10)

En los libros de caballerías, como en los de pastores o los sentimentales, apenas había tiempo y ocasión para comer. Aseguraba Luis Cernuda que, tras leer el Quijote de cabo a rabo, se sale con la sensación de que don Quijote casi no come y apenas duerme. Pero eso es lo que corresponde a un verdadero caballero andante y enamorado, y don Quijote ha decidido serlo a las bravas y con todas las consecuencias. En la historia de Cervantes, don Quijote está rodeado, casi asediado por la realidad, pero en su caso la literatura ha sustituido a la vida. Se alimenta casi exclusivamente de unas pocas ideas que ha encontrado en los libros de caballerías. Y en esos los libros –Alonso Quijano lo sabía bien– los caballeros comen poco y cenan más poco.

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Luis Gómez Canseco es Doctor en Filología Hispánica y Profesor en la Universidad de Huelva. Es Socio de Honor de la Sociedad Cevantina de Alcázar de San Juan

Relatos clasificados en segunda posición ex aequo en el Concurso de Relatos Breves “El legado de Sancho Panza”

La última aventura, autor Osvaldo Vega Madriz (Cartago, Costa Rica)

El grito de “¡Tierra a la vista!”, alegró los corazones de los pasajeros del barco, incluido el del anciano que lo escuchó desde la decrépita y deshilachada hamaca en la bodega de carga. El viejo, un hombre pequeño, barba cana y desaliñada, de barriga grande, talle corto y zancas largas, sonrió para sí, percibiendo como su alma se estremecía con una ilusión que no sentía desde hacía décadas. Feliz, con la emoción de un niño en la víspera de Navidad, se permitió por primera vez en aquel viaje, perder de vista el tonel de madera junto al que había dormido, comido y rezado durante la travesía y con lentitud subió a cubierta donde ya los miembros de la tripulación se afanaban en los preparativos para el atraque y posterior desembarco.

La luz del mediodía, el azul del cielo despoblado de nubes, el turquesa del mar, el dorado de la arena que se atisbaba en la lejanía y el vivo verde de las montañas más allá de la costa, inundaron los sentidos del anciano, y sus ojos se abrieron al máximo tratando de no perder detalle de aquel maravilloso entorno. Un soplo de viento cálido le acarició las mejillas, y revoloteó entre los mechones de su exiguo cabello plateado, dándole la bienvenida a América.

-Qué distinto aquel lugar de aquella triste y gris playa en la que hace muchos años había empezado el principio del fin de aquel hidalgo, recio, seco de carnes y enjuto de rostro que aún extraño- pensó el anciano con un deje de tristeza y nostalgia que anegó las telitas de pterigión que en los últimos tiempos se habían apoderado de sus alicaídos y cansinos ojos.

El viejo no bajó del barco con el resto de pasajeros, sino con las mercancías, pues no consintió separarse del barril que había custodiado de tan lejos. El manifiesto describía aquella carga como “Barril de vino de Castilla”, pero los hombretones de la aduana que lo descargaron, fácilmente advirtieron que no podía ser ese su contenido, no solo por su peso -mayor al que prodigaría si resguardara el fruto de la vid- sino por cuanto, fuese lo que fuese, producía un golpeteo en su interior ¡Plac!, ¡Ploc!, en lugar del ¡Plic!, ¡Plush! que abría de esperarse de un líquido. Los operarios informaron al aduanero de turno sus sospechas y esperaron el espectáculo -que incluiría la detención del anciano- cuando fuesen confirmadas, pero en cuanto el funcionario alzó la vista para interrogar al vetusto viajero, vio como este le extendía una carta un sello de cera roja en el que se leía un nombre ya para entonces muy conocido en el nuevo mundo: Monjas Carmelitas Descalzas. La nota suscrita por la priora de esa congregación, una tal Sor Sanchica, declaraba que el barril contenía vino confeccionado de las vides de esa organización religiosa, y sacramentado directamente por el obispo de Sevilla, con el fin de enviarlo a un Monasterio de aquella región a fin de paliar los cerca de dos años que mantenía soportando misas secas en virtud de la escasez del preciado líquido en esas tierras.

-Con la iglesia hemos topado- exclamó el aduanero con tono cansino y monótono pero sin tener ningún santuario a la vista, y lo hizo lo suficientemente alto para que los sudorosos descargadores que esperaban atentos comprendieran la razón que tenía para decepcionarlos, y de seguido autorizó el desalmacenaje del tonel.

Los dos siguientes días, el anciano los ocupó viajando, siempre junto al barril, en una desvencijada carreta tirada por un par de robustos bueyes guiados por el mozalbete alto y recio que no superaba las dos décadas de vida y que había sido escogido para aquella labor por su lealtad para la noble causa que la amparaba. Durante la primera jornada que transcurrió entre solitarias montañas por caminos de tierra y barro rodeadas de una espesa vegetación, y para asombro del muchacho guía, tucanes, dantas, monos, colibríes, quetzales e incluso jaguares, aparecían de cuando en cuando, y por un rato, hacían las veces de comitiva para los viajeros. Los árboles, por su parte, soltaban andanadas de vistosas flores cuando la carreta traqueteaba a su lado o azotaban sus ramas refrescando el paso del anciano e incluso en dos o tres ocasiones desprendieron sus frutos sobre la carreta, permitiendo a su ocupante deleitarse de su dulce zumo. En la segunda jornada, cuando habían dejado atrás las montañas y se hallaban ya en la meseta que dominaba el centro de la región, comenzaron a divisar grupitos de pequeñas chozas desperdigados a la vera del camino, en cuyo alrededor zumbaban invariablemente tropeles de chiquillos de tez oscura, con las caras churretadas, y pelos enmarañados, que interrumpían sus juegos para correr junto a la carreta durante el tiempo en que sus pequeños pulmones se los permitían, agitando sus manitas con alegría hacia los viajeros. La lluvia fue la encargada de acompañar el último tramo del viaje, pero fue distinta a la que había experimentado el viejo en su patria, esta era cálida, animaba, refrescaba el espíritu, y expedía una fragancia levemente dulce, que invitaba a embelesarse con su contacto.

Fue al despuntar las primeras estrellas acercándose a la noche de aquella segunda jornada, cuando avistaron la pequeña ciudad a la que dirigían. Era pobre, de pocas casas, todas pálidas a punta de la cal que cubría los ladrillos de adobe que las formaban. Su centro, señalizado por una plaza que era más bien un descampado cubierto de trillos en todas direcciones que cercenaban el tímido césped que lo cubría, se rodeaba de una pequeña iglesia, y el edificio más grande del lugar, también de color blanco, de dos plantas, surcado por dos columnas de ventanas, y coronado por una enorme cruz de madera.

Cuando ingresaron al pueblo y antes de tener a la vista la puerta del Monasterio -que eso era aquel edificio vasto y lechoso-, el joven detuvo la carreta frente a una humilde casa, y tocó su puerta, la cual se abrió y dio paso a dos hombres que salieron, bajaron el tonel de la carreta y lo sustituyeron por otro que expidió el ¡Plic!, ¡Plush! propio de su líquido contenido mientras era encumbrado al carromato.

El viejo despidió a los dos hombres con un gesto vivaz de su regordeta mano y una sonrisa de satisfacción.

El joven azuzó a los bueyes y estos reanudaron su camino moviendo ruidosamente la carreta hasta la puerta del Monasterio, donde, avisado por una campanilla, un sacerdote calvo salió a recibir a anciano, alegrándose de ver que también llegaba con él el barril prometido desde el otro lado del mar y que emitía los sonidos característicos que hacían prever el fin de las misas secas: ¡Plic!, ¡Plush!.

Aquel Monasterio sería el hogar del viejo en sus últimos días como pago por sacarlo de la terrible sequía de líquido espirituoso (pago negociado por la tal Sanchica), pero lo fue por poco tiempo, pues no había transcurrido un mes cuando al notar su ausencia en el Maitines y en Laudes, fueron a buscarlo, encontrándolo en su habitación con una expresión de paz y calma, gozando ya tranquilamente el sueño eterno.

Días después, antes que se cumpliera el novenario del viejo, vieron nuevamente al joven carretero en el pueblo, dejando un paquete en la puerta del recinto monástico dirigido al Prior. Contenía un libro y una nota: El libro se titulaba: “El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Primera Edición Completa”, y la nota rezaba: “Nunca ignoré que la Santa Inquisición prohíbe las historias vanas en estas tierras, dando por vano todo cuando no sea la historia de nuestro señor y sus santos ¡Allá se lo hayan, con su pan se lo coman! Pero vive Dios, que el ejemplo de lealtad, sencillez y nobleza de hombres ordinarios y pecadores que, aún en ilusiones, locuras o sueños, se alzan sobre sus miserias para desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, y acudir a los miserables, puede anidar en el corazón de los hombres y volcarlos al bien, a la bondad y a la generosidad mejor que lo que harían miles de rezos y lecturas de las escrituras. Un tonel destinado a trasladar morapio bendito, ha traído ese fuego afable, tierno y compasivo allende de los mares, y ahora recorre, ilumina e impregna esta gloriosa realidad del nuevo mundo, y como agradecimiento por su hospitalidad una de las antorchas es para vuestra merced, que buen uso le dé. Sancho Panza.”.


Dime Sancho, autora Elena Olivella

No alcanzo a saber cuánto tiempo llevo encerrado, tal como no alcanzaba, por mi poca estatura, el buen vino que yo sabía dónde estaba escondido. La locura que no viene de un bicho malo o microbio, según quién lo menta, no se pega, no se contagia como la peste, dicen. Ese “dicen” que tanto habla y al que pocos le ponen nombre.

Pero no está de más añadir que la locura del otro, en ocasiones y cuando es persistente, te roba la cordura propia y eso es por una empatía dañada. Viví con Alonso y también padecí con él. Fui su escudero. Y mi principal virtud para conseguir este puesto fue mi ambición.

Y no me lo pidió Alonso o Don Quijote, que vienen a ser el mismo sin serlo. Me lo rogó don Miguel, poco antes de morir. La tristeza no es patrimonio de la humanidad, porque los personajes literarios la sentimos. Así lo demuestran los escritos y, a veces, de forma continuada, insistente, perenne. Tristeza que sentí cuando supe de su muerte. Y antes de cruzar la línea entre el hombre y la figura insigne, don Miguel me lo rogó, que es el “pedir” pero con vestido de gala: “Que no mueran los gigantes, que los odres sigan guardando sangre y que los ejércitos no balen. ¿Me entiendes hijo Sancho?, ¿verdad? Si Don Quijote muere y Alonso quiere seguir viviendo en la pesadumbre, como se cuenta, coge su espada y mata tú a los gigantes”. Y volvió a decirme “¿Me entiendes hijo Sancho?”.

No me dio tiempo a responderle, porque el “hasta aquí” había hecho acto de presencia para don Miguel. Pero ni con tiempo hubiera podido cambiar el no por un sí a esa repuesta. No entendí por qué quería que matara gigantes. ¿Cómo puedo matar aquello que no es, que no existe? Y después de darle mucho a la mollera, como si de una maratón se tratase, llegué, a una conclusión. Aquello que no existía tenía, pues, que crearlo. Y si no puedo usar carne y huesos y demás, usaré el imaginario. Y fue así como me convertí en un matador de gigantes y, además, sin pesar alguno, porque yo sabía que esos seres solo habitaban en mí y no tenían mujer ni hijos que les lloraran.

Mis gigantes, porque eran los míos, no nacieron a causa de que se me secara el cerebro por saciarme hasta reventar de libros de caballerías. Mis gigantes vieron la luz porque don Miguel, el que me engendró a partir del romance entre una pluma y un trozo de papel, me lo suplicó, primo hermano del “rogó” que salió de su boca el día que cambió de barrio. Y con los primeros odres que rajé, sentía el olor a vino. Me costó mucho que ese aroma mutara, oliera a hierro y tuviera una tonalidad distinta. Costó que el vino se hiciera sangre. Pero se hizo y todo porque me lo exhortó don Miguel en su lecho de muerte, que es la marquesina en la que se coge el autobús para ir al más allá. Aún más me costaría deconstruir una venta y alzar un castillo.

Y aunque vivan en la misma cabeza, los pensamientos una vez bebidos, y rellenado el cerebro de nuevo, son otros. Con este enredijo de palabras vengo a decir que, a toro pasado, considero que Don Quijote no tenía alucinaciones. Jamás perdió el juicio, solo que a veces, no sabía dónde lo había dejado. Pero perderlo, no. Se trataba de un miope mental que no veía bien la realidad porque no usaba lentes para corregirla. Desmontó la realidad única y la despiezó. Y en una de esas piezas decidió pasar ratos. Y no me escondo cuando sé que, a menudo, yo le decía que volviera a juntar esas piezas. Y no me escondo cuando era yo o los otros los que despiezábamos su realidad. Como en aquella ocasión en la que le presentamos a tres aldeanas para que sus ojos las convirtieran en damas de postín. Pero sus ojos no obraron la transformación y como aldeanas se fueron.

“Y bien José, ¿cuántos gigantes has matado hoy?”.

Qué quiere que le responda este. Por qué me llama José. Si no recuerdo mal, mi nombre es Sancho. ¿Por qué sonríe? Que no me altere de más. ¿No sabe, acaso, que en un pispás puedo convertirlo en uno de mis gigantes? No se ha sorprendido el hombre de que lleve puesto, todavía, el yelmo. No le contaré que hoy he matado a unos diez. Me limitaré a decirle que en mi horizonte ya no hay gigantes. Es lo mejor, porque no compartimos realidad a pesar de que pisamos el mismo escenario. Y cada realidad tiene su lengua y sus normas. Mi faceta de parlanchín y gracioso mengua y huye cuando tengo a este hombre enfrente. Mi señor ya le hubiera echado a los leones.

“¿No confías en mí? “, me dice. Suelto un sí estándar al tiempo que pienso un no. No se trata de una mentira. Simplemente, no siempre es bueno sacar a pasear a la verdad si el ambiente no es el idóneo, porque puede perecer. Me da unos libros para que los lea, pero él no sabe que no sé leer, sobre todo porque así lo he decidido y las decisiones están por encima de las evidencias. Siempre.

A pesar de los pesares, sigo fiel a lo que don Miguel me imploró, término que es

primo hermano del “rogó” que salió de su boca. Continuar con el legado de mi amigo Don Quijote. Pero me temo que los gigantes son una especie en peligro de extinción.

De vez en cuando, se me escapa una reflexión que asoma las patitas y que me

confiesa que preferiría ver rebaños en lugar de ejércitos. Y si mi vida me olvida, ¿quién matará gigantes?

Ya he cenado. Las viandas que me sirven espantarían hasta a un hambriento.

Vuelvo a mi habitación. Está oscureciendo. Una damisela me trae unas pastillas para que me las tome. Y lo hago. Me dice que abra la boca y que levante la lengua. Se va.

Me tumbo en la cama. Oigo al que está en la habitación de al lado y, como cada

noche, sobre esta hora, como si fuera una lechuza, empieza a ulular. Le hacen callar.

Pero sigue ululando. Quizá, porque tan solo él sabe que es una lechuza.

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Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

Perfecto maridaje gastronómico-cervantino en la Feria de los Sabores

Junto con el Patronato Municipal de Cultura, la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan con su mesa redonda y la entrega de premios del certamen de relatos breves ha puesto el toque cultural a la Feria de los Sabores del Quijote

Alcázar de San Juan, 2 de mayo de 2022.- El sábado  30 de abril y enmarcada en la programación de la Feria de los Sabores del Quijote de Alcázar de San Juan ha tenido lugar la IV Mesa Redonda Cervantina que ha llevado por título “La gastronomía del Quijote en el Siglo XXI”, la mesa que fue inaugurada por Mariano Cuartero, presidente del Patronato de Cultura de Alcázar, contó con una gran acogida y un amplio seguimiento a través de internet ya que el acto fue transmitido en directo en el perfil de Facebook de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan, donde se encuentra el vídeo completo del evento

https://www.facebook.com/profile.php?id=100007940075912

Contando con el patrocinio del Patronato de Cultura y disfrutando de las magníficas instalaciones ofrecidas por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen de vinos de La Mancha, el público disfrutó de las ponencias ofrecidas por Carlos David Bonilla, presidente de la D.O La Mancha de vinos (anfitrión del evento), Antonio Martínez Blasco, presidente de la DOP Queso manchego, Luis Gómez Canseco (Universidad de Huelva y Carlos Mata Induráin (Universidad de Navarra), que fueron moderadas de forma muy amena y magistral por Enrique Suárez Figaredo socio de honor de la Sociedad Cervantina de Alcázar.

A la terminación de las exposiciones -en las que en su desarrollo los interesados pudieron intervenir libremente interactuando con los ponentes-, se leyó el acta del del fallo del jurado por la que se dieron a conocer los premiados en el primer certamen de relatos breves “El legado de Sancho Panza” cuya clasificación quedó así:

Primer Premio (300 euros y Diploma)

– Pilar Rodríguez de los Santos Serrano (Alcázar de San Juan, Castilla-la Mancha), por “Decisión Final”.

2º Premio ex aequo (150 euros y Diploma)

– Elena Olivella García (Barcelona, Cataluña), por “¡Dime Sancho!”.

– Osvaldo G. Vega Madriz (Cartago, Costa Rica), por “La última aventura”.

Finalistas (Diploma)

– Antonio Megías Melguizo (Granada, Andalucía), por “Eternos”.

– Josefina Solano Maldonado (Alhaurín el Grande, Andalucía), por “Epístola de Sancho Panza a los hombres del siglo XXI”.

– Julia Flores Arenas (Villarrobledo, Castilla-La Mancha), por “Las cuitas de Sancho”.

– M.ª Ángeles Espartal Cano (Alcázar de San Juan, Castilla-La Mancha), por “Escuderos del Siglo XXI”.

– Alberto Castrillón (Bogotá, Colombia), por “Mi Sancho Panza”.

– Txomin Requeta Jerez (Villanueva del Pardillo, Madrid), por “La inquietud”.

– Ana Rosa Abad Salas (Burgos, Castilla y León), por “La literatura y la vida”.

El jurado estuvo integrado por Luis Gómez Canseco (profesor de la Universidad de Huelva y reciente editor de la Araucana de Alonso de Ercilla a cargo de la Real Academia Española), Carlos Mata Induráin (profesor de la Universidad de Navarra y secretario del Grupo de Investigación del Siglo de Oro, GRISO), Enrique Suarez Figaredo (Ingeniero y editor de más de un centenar de obras del Siglo de Oro Español) y Juan Bautista Mata Peñuela (presidente de la SCA).

Todos coincidieron en destacar que el relato de Pilar Rodríguez de los Santos Serrano les había gustado mucho por su buena composición, por el dominio del lenguaje, por el desarrollo perfecto del tiempo del relato y por dar una visión nueva y muy particular del personaje de Sancho Panza que ansía la libertad en su vida, sin duda influenciado por la convivencia continuada con su vecino y maestro don Quijote.

En resumen: los alcazareños y los internautas pudieron disfrutar de un evento cultural de primer nivel disfrutando del conocimiento del Quijote por parte de los ponentes, así como escuchar el emocionante relato ganador.

Un vino manchego ofrecido por la D.O La Mancha Vinos, degustado en el magnífico patio de su sede junto con el buen queso manchego, fue el colofón perfecto de esta jornada cultural.

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

Clasificación del Primer Concurso de Relatos Breves «El legado de Sancho Panza»

Primer Premio (300 euros y Diploma)

Pilar Rodríguez de los Santos Serrano (Alcázar de San Juan, Castilla-la Mancha), por “Decisión Final”.

2º Premio ex aequo (150 euros y Diploma)

Osvaldo G. Vega Madriz (Cartago, Costa Rica), por “La última aventura”.

Elena Olivella García (Barcelona, Cataluña), por “¡Dime Sancho!”.

Finalistas

Antonio Megías Melguizo (Granada, Andalucía), por “Eternos”.

Josefina Solano Maldonado (Alhaurín el Grande, Andalucía), por “Epístola de Sancho Panza a os hombres del siglo XXI”.

Julia Flores Arenas (Villarrobledo, Castilla-La Mancha), por “Las cuitas de Sancho”.

M.ª Ángeles Espartal Cano (Alcázar de San Juan, Castilla-La Mancha), por “Escuderos del Siglo XXI”.

Alberto Castrillón (Bogotá, Colombia), por “Mi Sancho Panza”.

Txomin Requeta Jerez (Villanueva del Pardillo, Madrid), por “La inquietud”.

Ana Rosa Abad Sales (Burgos, Castilla y León), por “La literatura y la vida”.

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

Decisión final

Primer Premio del Certamen de Relatos Breves «El legado de Sancho Panza», con premio de 300 euros y Diploma. Autora: Pilar Rodríguez de los Santos Serrano de Alcázar de San Juan y residente en Campo de Criptana (Ciudad Real)

Certamen organizado por la Sociedad Cervantina y por el Patronato de Cultura de Alcázar de San Juan


El fuego estaba encendido. La luz que desprendían los troncos, convertidos ya en brasas, iluminaban un rostro triste a fuerza de las dudas. Sancho estaba sentado en el catre junto a la chimenea, con la mirada perdida, absorto en sus pensamientos. Desde hacía un tiempo una sola idea rondaba por su cabeza y había decidido seguir adelante con ella. Se levantó, encendió la vela que Teresa dejara apagada sobre la mesa cuando se fue a dormir y sacó, de un viejo armario que hacía las veces de despensa, una caja de madera donde guardaba los enseres que le regalara don Alonso en aquellos lejanos días en los que aprendió a leer y escribir.

Tomó aliento, la pluma, unas amarillentas hojas de papel y la determinación más difícil de su vida.

Con mano temblorosa, pero con valor, comenzó la epístola:

Teresa… mi Teresa. Mi bastón de apoyo en estos últimos tiempos. Recio cordel que me amarró a este lugar a pesar de todo.

No puedo más con la nostalgia que me invade y que no me deja respirar. Por ti, por la familia, he intentado acostumbrarme a esta vida que fue la mía antaño, pero que ya no lo es. No me siento con fuerzas para tirar de este carro que ya no es el mío, es el tuyo y el de los chicos, y así lo siento a pesar de parecer egoísta.

He tomado una decisión y será tan dura para ti que no tengo el valor de decirlo mirándote a los ojos. Si lo hiciese no sería capaz de tomar el zurrón, montar sobre Rucio y salir por esa puerta que cierra el horizonte de mis ganas. Mis ganas de seguir recorriendo caminos, levantando de las veredas el polvo con el que me acostumbré a vivir y que necesito para respirar. Urge que mi vista se pierda en la llanura, intentando atisbar un lugar a donde llegar y descansar lo justo, sin perder más tiempo que el necesario para retomar fuerzas y seguir… seguir… seguir adelante a pesar de la soledad. Una soledad que no me apena, que no me desespera. Una soledad que necesito de manera vital y apremiante. Me acostumbré a vivir así y ya no sé hacerlo de otro modo.

Ansío ver las puestas de sol sobre la llanura, cambiando de colores los poderosos olivares, los dorados cereales o los verdes viñedos, tiñéndolos ora rosados, ora violetas, otras dorados y azules, o los más espantosos, esos negros y atronadores como rugidos voraces, que a su paso van devastando cultivos, degollando mieses, arruinando cosechas, y con ellas el duro trabajo de labradores sacrificados de sol a sol.

Tratar con andariegos como yo, ávidos de alguna aventura con la que contentar sus días de hastío.

No eres tú la que provocas mis carencias, ya te digo que si te hablo a la cara abandonaría mi deseo por no hacerte daño, es por mi irresistible ansia de libertades. Soy un cobarde, lo sé, mas tú eres una mujer luchadora acostumbrada a mis ausencias, podrás salir adelante como siempre lo has hecho. Los hijos ya son mayores y sabrás delegar las más duras faenas en ellos. Tiraréis de ese carro sin esta inepta criatura entorpeciendo el paso. Apesadumbrado veo que yo ya no sirvo para criar cerdos ni labrar la tierra, desde aquel buen día en que un señor de nobles miras solicitó mi presencia a su lado, aún no sé bien si como ayudante o como simple compañero, en ese recorrer de caminos sembrados de aventuras que le hicieron más sabio y más libre…Y a mí con él.

Por eso me voy, para no morir de melancolía, para que nunca pueda culparte de mi muerte en vida.

Dejo esta miserable carta sobre la mesa, junto a la vela devorada de vida por ayudarme a escribir esta fiel confesión que te declara mi más puro sentir. Pienso en ti cuando la leas, en cuál será tu reacción. Probablemente te invadirá la furia por mi abandono, más tarde la rabia por mi cobardía, pero sé que a la postre agradecerás mi partida al no tener que soportar la presencia apática y melancólica en la que me he convertido. Me gustaría decir que lo hago por vosotros, por evitaros mi mal humor, mi genio insoportable de los últimos tiempos, mi desgana… Pero a fuerza de ser honrado conmigo mismo te diré que no es así. Lo hago por mí, por mi necesidad de vivir en libertad el tiempo que me quede, aunque en algún momento lo pueda lamentar.

No me odies, mujer, no albergues en ti sentimientos que puedan hacer tu vida más amarga, por el contrario alégrate también por tu libertad, la poca que te dejo si lo pienso fríamente, pero libertad al fin y al cabo. Haz lo que sea menester con la hacienda, en ti confío y en la sabiduría que te han dado esas canas que nadie más que yo he ido poniendo sobre tus cabellos a causa de mis carencias.


Sé feliz con nuestros hijos, acompáñales en su camino, edúcales en honradez con tu ejemplo, y, si es posible alguna vez, háblales de su padre y de cómo aprendió, junto al mejor de los hombres, a vivir por la libertad, a luchar por nobles ideales, a defender la virtud aun pisando a veces el infierno de los infortunios. Cuéntales lo importante que es ser fiel a uno mismo y a sus ideas, para que nunca se dejen arrastrar por vacías vanaglorias y mantengan los pies siempre firmes sobre sus tierras.

Las primeras luces del alba están comenzando a asomar por el horizonte, he de despedirme ya, Teresa mía, Dios me ayude a no flaquear en esta decisión y permita que nunca olvide mis raíces ni a mi familia.

Siempre tuyo, a pesar de todo.

Sancho