Desde la aparición de la primera parte del Quijote en 1605, y especialmente a partir del siglo XIX, muchos autores, en su análisis e interpretación del texto cervantino, han visto similitudes del personaje de don Quijote con su autor. Como lector del Quijote también me ha parecido ver representado a Cervantes en la imagen de don Quijote en varios pasajes de la novela.
Por ejemplo, en el capítulo XVIII de la primera parte, conocido por todos porque en él don Quijote, creyendo que era un ejército enemigo, arremete contra un rebaño de ovejas y termina derribado de Rocinante a pedradas lanzadas por los pastores con sus eficaces hondas. Así describe el narrador este momento:
“Llegó en esto una peladilla de arroyo, y dándole en un lado le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o mal ferido, y acordándose de su licor sacó su alcuza y púsosela a la boca y comenzó a echar licor en el estómago; mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca y machucándole malamente dos dedos de la mano.”
Al verlo caído junto a los pies de Rocinante, y en tal mal estado, los pastores «creyeron que le habían muerto» y posiblemente por miedo a la Santa Hermandad, que no creería la versión que defendían a sus rebaños del ataque sin razón de don Quijote, se marcharon no sin antes recoger las ovejas que a lanzadas había matado don Quijote.
Cuenta el narrador que estaba Sancho Panza sobre un cerro mirando todo lo que allí estaba pasando, y en cuanto vio que los pastores se habían marchado bajó la cuesta y fue hasta donde estaba su amo. Lo encontró «de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido», y, entre reproches de uno y justificaciones del otro, le pide don Quijote que le mirase la boca y contase las muelas y dientes que le faltan. Y es aquí donde el lector descubre otra escena hilarante de la novela:
“Llegose Sancho, tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.
—¡Santa María! —dijo Sancho—, y ¿qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.
Pero reparando un poco más en ello echó de ver en la color, sabor y olor que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó, que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas.
Esta escena provoca risa a carcajadas, salpimentada con un poco de asco también que hace que el lector haga siempre aquí una pequeña mueca de repulsa, como si estuviese a un metro de Sancho Panza.
Sancho, entre maldiciones, va hasta su borrico y busca entre las alforjas algún trapo con qué limpiarse y limpiar a don Quijote. Mientras busca piensa volverse en este punto a su casa y dejar solo a su amo. Don Quijote se da cuenta de la situación anímica de Sancho, se le acerca, «puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes», y trata de animarlo con esta asombrosa frase: «—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro». Sancho accede a seguirle como escudero y encontrar algún sitio donde pasar la noche. Don Quijote le deja que elija el lugar de alojamiento, algo impensable en un libro de caballerías, no sin antes pedirle que «… dame acá la mano y atiéntame con el dedo y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor».
Casi sin parar de reír, de nuevo el lector se encuentra de espectador de primera fila:
“Metió Sancho los dedos, y estándole tentando, le dijo:
—¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?
—Cuatro —respondió don Quijote—: fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.
—Mire vuestra merced bien lo que dice, señor —respondió Sancho.
—Digo cuatro, si no eran cinco —respondió don Quijote—, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído, ni comido de neguijón ni de reuma, alguna.
—Pues en esta parte de abajo —dijo Sancho— no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba… ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.
—¡Sin ventura yo! —dijo don Quijote oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba—, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada. Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”.
Cervantes, en esta última frase que pone en boca de don Quijote, señala no solo la importancia de una boca sana sino la de una sola pieza dental. Esto lo escribía en la parte final de su vida, y no fue ajeno a la pérdida de dientes y muelas de su boca, siendo un fiel reflejo de la boca de don Quijote después de la certera pedrada del pastor. No tenemos una imagen real de su cara, pero en el Prólogo a las Novelas ejemplares, en 1613, él mismo se retrata dejándonos a nuestra imaginación su aspecto:
“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata (que no ha veinte años que fueron de oro), los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies, este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha…”
La salud de la boca en el siglo XVII, especialmente de los dientes, era muy deficiente, más con el paso de los años. Enfermedades y traumatismos, como el sufrido por don Quijote, provocaban la pérdida de las piezas dentales sin posibilidad de reemplazarlas por implantes o prótesis. Esto provocaba, además del deterioro del aspecto físico de la persona, un problema a la hora de morder y masticar los alimentos, e incluso en el habla. Ahora se comprende mejor la sentencia de don Quijote al verse así, porque quizás era el mismo Cervantes quien lo decía de sí mismo: «…la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante», ¡de tal palo, tal astilla!
Luis Miguel Román Alhambra