¡De tal palo, tal astilla!

Desde la aparición de la primera parte del Quijote en 1605, y especialmente a partir del siglo XIX, muchos autores, en su análisis e interpretación del texto cervantino, han visto similitudes del personaje de don Quijote con su autor. Como lector del Quijote también me ha parecido ver representado a Cervantes en la imagen de don Quijote en varios pasajes de la novela.

Por ejemplo, en el capítulo XVIII de la primera parte, conocido por todos porque en él don Quijote, creyendo que era un ejército enemigo, arremete contra un rebaño de ovejas y termina derribado de Rocinante a pedradas lanzadas por los pastores con sus eficaces hondas. Así describe el narrador este momento:

“Llegó en esto una peladilla de arroyo, y dándole en un lado le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o mal ferido, y acordándose de su licor sacó su alcuza y púsosela a la boca y comenzó a echar licor en el estómago; mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca y machucándole malamente dos dedos de la mano.”

Al verlo caído junto a los pies de Rocinante, y en tal mal estado, los pastores «creyeron que le habían muerto» y posiblemente por miedo a la Santa Hermandad, que no creería la versión que defendían a sus rebaños del ataque sin razón de don Quijote, se marcharon no sin antes recoger  las ovejas que a lanzadas había matado don Quijote.

Cuenta el narrador que estaba Sancho Panza sobre un cerro mirando todo lo que allí estaba pasando, y en cuanto vio que los pastores se habían marchado bajó la cuesta y fue hasta donde estaba su amo. Lo encontró «de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido», y, entre reproches de uno y justificaciones del otro, le pide don Quijote que le mirase la boca y contase las muelas y dientes que le faltan. Y es aquí donde el lector descubre otra escena hilarante de la novela:    

“Llegose Sancho, tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.

—¡Santa María! —dijo Sancho—, y ¿qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.

Pero reparando un poco más en ello echó de ver en la color, sabor y olor que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó, que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas.

Esta escena provoca risa a carcajadas, salpimentada con un poco de asco también que hace que el lector haga siempre aquí una pequeña mueca de repulsa, como si estuviese a un metro de Sancho Panza.

Sancho, entre maldiciones, va hasta su borrico  y busca entre las alforjas algún trapo con qué limpiarse y limpiar a don Quijote. Mientras busca piensa volverse en este punto a su casa y dejar solo a su amo. Don Quijote se da cuenta de la situación anímica de Sancho, se le acerca, «puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes», y trata de animarlo con esta asombrosa frase: «—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro». Sancho accede a seguirle como escudero y encontrar algún sitio donde pasar la noche. Don Quijote le deja que elija el lugar de alojamiento, algo impensable en un libro de caballerías, no sin antes pedirle que «… dame acá la mano y atiéntame con el dedo y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor».

Casi sin parar de reír, de nuevo el lector se encuentra de espectador de primera fila:

“Metió Sancho los dedos, y estándole tentando, le dijo:

—¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?

—Cuatro —respondió don Quijote—: fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.

—Mire vuestra merced bien lo que dice, señor —respondió Sancho.

—Digo cuatro, si no eran cinco —respondió don Quijote—, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído, ni comido de neguijón ni de reuma, alguna.

—Pues en esta parte de abajo —dijo Sancho— no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba… ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.

—¡Sin ventura yo! —dijo don Quijote oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba—, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada. Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante”.

Cervantes, en esta última frase que pone en boca de don Quijote, señala no solo la importancia de una boca sana sino la de una sola pieza dental. Esto lo escribía en la parte final de su vida, y no fue ajeno a la pérdida de dientes y muelas de su boca, siendo un fiel reflejo de la boca de don Quijote después de la certera pedrada del pastor. No tenemos una imagen real de su cara, pero en el Prólogo a las Novelas ejemplares, en 1613, él mismo se retrata dejándonos a nuestra imaginación su aspecto:

“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata (que no ha veinte años que fueron de oro), los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies, este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha…”

La salud de la boca en el siglo XVII, especialmente de los dientes, era muy deficiente, más con el paso de los años. Enfermedades  y traumatismos, como el sufrido por don Quijote, provocaban la pérdida de las piezas dentales sin posibilidad de reemplazarlas por implantes o prótesis. Esto provocaba, además del deterioro del aspecto físico de la persona, un problema a la hora de morder y masticar los alimentos, e incluso en el habla. Ahora se comprende mejor la sentencia de don Quijote al verse así, porque quizás era el mismo Cervantes quien lo decía de sí mismo: «…la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante», ¡de tal palo, tal astilla!

                                                                Luis Miguel Román Alhambra

Don Félix Sanz Roldán en Alcázar de San Juan

La Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan ha recibido la visita de un invitado de lujo, el General de Ejército D. Félix Sanz Roldán que es parte de la historia reciente de este país ya que fue más de diez años director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y actualmente es presidente del Consejo Social de la Universidad de Castilla-La Mancha

Alcázar de San Juan, 25 de septiembre de 2022.- En la última edición de los “Almuerzos de don Quijote” celebrada el sábado 24 de septiembre, ha visitado nuestra ciudad D. Félix Sanz Roldán, un castellanomanchego nacido en Uclés (Cuenca) que por su formación y valía personal ha alcanzado puestos muy destacados en la vida pública española.

Sanz Roldán, militar de profesión, ingresó en la Academia General Militar en 1962 siendo promovido a teniente de Artillería en 1966 siendo su primer destino (a su petición) El Aaiún en el Sáhara Español. Tras una meritoria carrera militar y con el empleo de comandante estuvo destinado en la Embajada de España en Washington (como agregado militar) siendo el primer oficial que obtuvo su formación en EE.UU. que le fue convalidada posteriormente en España. Su estancia y aprendizaje en el ejército estadounidense le sirvió para preparar la evolución que necesitaba nuestro propio ejército, en el que alcanzó el grado de teniente general en 2004, poco después fue designado Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) ejerciendo este cargo hasta 2008. En 2009 fue nombrado director del Centro Nacional de Inteligencia con rango de secretario de Estado, donde permaneció hasta 2019 tras 10 años al frente de los servicios de inteligencia españoles.

En 2019 fue nombrado presidente del Consejo Social de la Universidad de Castilla-La Mancha, cargo que ejerce en la actualidad. Precisamente ha venido a Alcázar de San Juan acompañado de su secretario en el Consejo, el alcazareño Ignacio Gavira, quien en todo momento ha facilitado a la Sociedad Cervantina que esta visita se haya podido producir.

Tras una breve visita por el centro histórico de Alcázar y ya alrededor de la comida típica manchega los cervantistas alcazareños han podido exponerle al Sr. Sanz Roldán diferentes proyectos culturales que tienen preparados para ser puestos en marcha en el corto plazo, proyectos que desde el Consejo Social de la Universidad han sido muy bien acogidos ya que entre sus principales objetivos se encuentran tanto la promoción cultural en nuestra región como la difusión de la propia Universidad dentro de su territorio, por lo que es muy posible que se concreten en el futuro líneas de colaboración que pueden resultar muy interesantes para Alcázar de San Juan y su comarca.

Además de ser una persona afable y muy cercana, ha aportado a la Sociedad Cervantina parte de sus innumerables conocimientos, entre ellos un artículo titulado «Miguel de Cervantes: un soldado del siglo XXI» que en breve reproduciremos íntegro en nuestra web y blog, y en el que se asevera que el Tercio de don Lope de Figueroa, donde Miguel de Cervantes sentó plaza, es hoy el Regimiento de Infantería Mecanizada Córdoba 10, con base en Cerro Muriano (Córdoba).

Se ha tratado de una gratísima visita que ha dejado muy satisfechos a los cervantistas alcazareños y no será la última ya que Sanz Roldán se ha brindado a seguir colaborando con la Sociedad Cervantina en cuantos actos culturales le sean propuestos.

Sociedad Cervantina de Alcázar

La Sociedad Cervantina de Alcázar participó en las jornadas molineras de Criptana

Con la asistencia de nuestros socios Jesús Sánchez Sánchez, Marciano Ortega, Zacarías López-Barrajón Barrios y Carlos J. Martínez Santiago

En Campo de Criptana (Ciudad Real), los pasados días 16 y 17 de septiembre ha tenido lugar, en el recientemente inaugurado Centro de Interpretación del Molino Manchego, el curso «Patrimonio molinero Manchego»

Dicho curso ha estado organizado por el Vicerrectorado de Cultura, Deporte y Responsabilidad Social de la Universidad de Castilla – La Mancha, contando con la colaboración del ayuntamiento de Campo de Criptana. 

Como objetivos del curso figuraron el entender la importancia de los molinos de viento en la cultura e historia de la Mancha, analizar las características de este patrimonio y definir estrategias para su puesta en valor como herramientas de promoción cultural. Así pues, se reunieron especialistas de diferentes campos con el fin de tratar la importancia de los molinos de viento en el patrimonio cultural y el paisaje de la región de Castilla La Mancha. 

Bajo la dirección de José María Coronado Tordesillas, profesor de la E.T.S. Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos y Esther Almarcha Núñez-Herrador
Directora del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha, el curso se compuso de tres elementos básicos: Las ponencias de los distintos especialistas, la celebración de una mesa redonda y, finalmente, una serie de actividades como la explicación detallada del funcionamiento del mecanismo del molino a cargo de Juan Bautista Sánchez Bermejo, así como visitas didácticas al patrimonio urbano de Campo de Criptana y en los elementos museísticos del citado Centro de Interpretación del Molino Manchego. 

La mesa redonda se denominó «Los molinos y su relevancia en la configuración de los paisajes culturales de La Mancha», moderada por José María Coronado, contó como ponentes con Diego Peris Sánchez, arquitecto, Fco. Javier Rodríguez Lázaro, Profesor de la UCLM especializado en Patrimonio cultural y obra pública,  Francisco Escribano Sánchez-Alarcos, cronista Oficial de la villa anfitriona y la codirectora del curso Esther Almarcha. 

El curso contó con la participación de varios arqueólogos, tales como Honorio Javier Álvarez , técnico de Patrimonio JCCM, viceconsejería de Cultura, Miguel Ángel Hervás Herrera y Víctor Manuel López-Menchero Bendicho

Cabe reseñar los buenos frutos de la colaboración y sinergia entre la Universidad de Castilla-La Mancha y las administraciones locales ayuntamiento de Campo de Criptana el cual desarrollo una decidida vocación en potenciar los bienes patrimoniales como palanca del desarrollo local en el caso que nos ocupa se trata principalmente de un potente elemento del paisaje cultural cómo son los molinos de viento. 

El curso constituyó un éxito y reflejó el interés por parte de la ciudadanía en estos elementos tan importantes y con tanta proyección de futuro. 

Jesús Sánchez Sánchez

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan. 

El laberinto de los azulejos de Matilda Geddings Gray

(para Mario Vargas Llosa)

«Cada persona que pasa por nuestra 
vida es única. Siempre deja un poco de 
sí y se lleva un poco de nosotros». 
—Jorge Luis Borges

Cuando alguien nos hace reír, nos comparte algo de su gracia, nos transforma de lejos. A veces esto sucede en el acto de comunicar algo no deseado. La sátira, por ejemplo, el género por excelencia de la risa, se burla primero del ser humano en general y sólo después le echa los brazos como un yugo al cuello de la mayor de sus víctimas. En ese sentido, la sátira es como una mujer que contempla el abanico de sus opciones. El mensaje humanizado de Apuleyo al final de El asno de oro (c.175 d.C.), también conocido como Las metamorfosis, es tanto antiimperialista como antibélico, pero solo después de mucha risa y amor.

Nacida en Lake Charles, Luisiana, Matilda Geddings Gray (1889–1971) —empresaria, coleccionista de arte y filántropa— viajó a Guatemala en 1935 donde compró una casa en la Antigua. Hasta que no me indiquen lo contrario, debo concluir que la Srta. Gray —retratada arriba vestida de estilo transgresor de las «flappers» de los años 20, con perlas alrededor de su magnífico cuello y con unos ojos tan grises e imperiosos como el Golfo después de un huracán— era la única persona capaz de haber colocado los azulejos que aún se ven en el muro de un patio de su casa a la sombra de los tres volcanes centroamericanos de Agua, Fuego y Acatenango. En algún momento o ella o su padre, John Geddings Gray de Nueva Orleans, era dueño el campo petrolero más productivo del mundo. La extrema riqueza producida por el Rancho Gray podría explicar la colección ridículamente extensa de huevos Fabergé de Matilda, colección que incluía el fantástico “Huevo napoleónico” que Nicolás II le había dado a su madre la Emperatriz María Fiódorovna Románova para conmemorar el centenario de la Batalla de Borodinó.

Según el estilo local, la antigua entrada de la Casa de las Mil Flores está pavimentada con cantos de río y huesos de vaca en forma de un enorme galeón español que todavía flota sobre las olas del Caribe. Reinan en ese lugar una calma, una confianza y un respeto por la vida y la historia que son una lección de humildad. Entonces te señalan el tiro de gracia. Para la pieza central del jardín de su nueva casa antigüeña, doña Matilda había elegido el toque de prueba de la literatura española. Determinó restaurar toda la casa, la estructura, así como las costumbres y los espíritus de los que una vez la habitaron. A dicho fin, hizo importar de España doscientos ochenta azulejos pintados a mano que representan las dos partes de Don Quijote de la Mancha, y los ubicó en cinco filas contra un fondo amarillo en un marco almenado pintado de blanco brillante, todo eso en un muro gris de unos seis metros de largo centrado sobre una pequeña fuente felina que escupe agua en un estanque azul.

A través de sus azulejos, doña Matilda creó con sus propios dedos, y de una manera más minuciosa de lo que podríamos haber esperado, una muestra maravillosa de su buen gusto, su abundante inteligencia y sí, incluso su visión moral de la vida. Es más, cierto entrecruzamiento orquestado por la Srta. Gray allí entre los azulejos cervantinos de su Casa de las Mil Flores ha logrado convertir el lugar en una especie de Palacio de Fontainebleau en el altiplano maya. Dicho de otra manera, unos muros son más importantes que otros.

En Mil Flores —llamémosla también la Casa de las Américas de esa asombrosa mujer de Luisiana— Matilda Geddings Gray hizo lo que Catalina de Médici mandó que se hiciera en Fontainebleau. No nos puede sorprender que la Srta. Gray también era propietaria de un chateau en las afueras de París, donde seguramente había aprendido a dejar rastro de su dignidad a través de la orientación de ciertos objetos de arte. El arte de comunicarse a través del tiempo. En el caso de Fontainebleau, la Reina de Francia comisionó un conjunto de pinturas que representaban escenas clave de Las etiópicas (¿220/370? d.C.) de Heliodoro. A través de los cristales del salón principal aún se puede divisar una estatua de la diosa Diana bañándose en una fuente. Todo ese programa hemos de suponer que le vino a la mente a la reina consorte en su urgencia para indicar que los asuntos delegados al corazón son tan serios como los asumidos por los gobernantes de una nación, y viceversa.

Cuatro siglos más tarde, y al otro lado del Atlántico, otra princesa llamada Matilda Geddings Gray hizo importar un juego de azulejos pintados con viñetas de la novela de Cervantes —en aquel entonces todavía de obligada lectura entre personas educadas— y los instaló en un muro en el jardín de su casa. Y a través de tres cambios que hizo en el orden normal de los azulejos, es decir, en el orden de los episodios del libro que hoy reconocemos como la primera novela moderna, la Srta. Gray logró lanzarnos una ingeniosa trampa basada en un significado particular que atribuyó a la obra de Cervantes.

Confieso que me sorprendió enterarme de la transformación que Gray había llevado a cabo en su interpretación de Don Quijote. Fue como despertar en una playa. Es que la Srta. Gray me parece un alma literaria de alta categoría. ¿Qué puedo decir? Unos somos más asnales que otros y por períodos de tiempo más largos. Solo digo que me rindo ante doña Matilda, como si fuese un ave repentina o el color rojo. He marcado con una piedra blanca el día que vi su obra por primera vez —los idus de octubre de 2018— y he marcado con arena negra todo el paso del tiempo anterior a ese momento.

La interpretación que plantea Gray en sus azulejos se encuentra entre las más acertadas que he visto en mi vida porque pudo describir el nexo entre los temas de la raza y la esclavitud en Don Quijote, nexo que en sus preciosas manos también señala la esencia de las contribuciones españolas a la evolución de la forma novelesca. Primero describamos lo que hizo Gray y luego contemplaremos lo que podría haber querido comunicarnos a través de su labor.

A continuación, se muestran por separado dos tiras de los azulejos de doña Matilda. Son las dos series que nos preocupan porque comparten una especie de triple error —digamos una trinidad de errores—, más concretamente un nudo formado por dos errores en la primera serie que luego nos lleva al error final en la segunda.

Al considerar las primeras dos terceras partes de los azulejos en la primera serie, estamos viendo un preámbulo bien ordenado del texto de Cervantes. Vemos: (1) la portada de la serie con la imagen del libro, (2) una apoteosis de la novela y el autor, (3) Cervantes, y luego los tres personajes principales de la obra: (4) don Quijote, (5) Sancho Panza y (6) Dulcinea del Toboso. Hasta aquí todo bien.

Pero ahora nos enfrentamos a tres azulejos claramente fuera de lugar: (7) don Quijote enloqueciéndose en su biblioteca, (8) Rocinante y (9) el hidalgo manchego en un campo durante su primera salida. Aquí hay confusión. Según el patrón de las flores azules en las esquinas de los azulejos con el autor y los personajes principales, después de Dulcinea deberíamos ver: (7) Rocinante, (8) el asno o “rucio” de Sancho (ausentado), (9) don Quijote enloqueciéndose en su biblioteca y (10) finalmente el caballero manchego en un campo durante su primera salida.

En suma, la primera tira de azulejos de la novela según la perspectiva de Matilda Gray contiene dos cambios obvios que requieren nuestra consideración: (a) Gray quitó el azulejo del rucio de Sancho de la serie inicial de personajes y (b) corrió el azulejo de Rocinante a la derecha de don Quijote enloqueciéndose en el acto de leer.

Podríamos explicar esos cambios de varias maneras. La Srta. Gray podría haber confundido a don Quijote enloqueciéndose en su biblioteca con una imagen que llevaba en su mente del narrador en el prólogo; entonces, podría haber metido Rocinante al final del primer capítulo donde aparece por primera vez. Continuando con la primera salida, pensando incluir el rucio cuando el escudero lo menciona en DQ 1.7, de alguna manera lo olvidó. Pero en tal caso, ¿por qué no dejar aparte también al escudero que aparece por primera vez en el mismo capítulo que su rucio? Y si lo pensamos bien, Dulcinea no aparece hasta DQ 1.25.

No, no y no. Ese desorden particular siempre escapará a todo intento de explicarlo como un error, y si insistimos en esa línea de investigación, corremos el riesgo de atribuirle un grado improbable de descuido a una sofisticada historiadora y coleccionista de arte.

No pudiera haber sido tan casual con sus azulejos doña Matilda. La teoría más plausible es que ella sí nos ha dicho algo, pero que no lo hemos podido entender porque ha quedado en nuestro punto ciego. Por ejemplo, en la segunda serie de azulejos bajo nuestra consideración colocó el rucio cerca del principio de DQ 2.25. En otras palabras, insertó el rucio justo en la primera mención de la Aventura del rebuzno por parte del portador de armas, es decir, justo donde Dios lo habría mandado, justo donde empezamos a aprender acerca de cómo y por qué dos tribus de idiotas están al borde de una guerra por determinar finalmente quiénes son los mayores asnos del mundo.

Propongo que la primera conclusión que podemos extraer de los azulejos de Matilda Geddings Gray, autora del Quijote, es que la Aventura del rebuzno es clave. Un corolario inmediato será que la novela satiriza la guerra y sobre todo la guerra civil. Pero la mejor teoría —por ser la más interesante diría Lönnrot— es que el enigma cervantino de la Srta. Gray siempre ha sido suyo, con lo que Dios no tuvo nada que ver con su azulejería y por sí sola la propia Matilda ya nos ha enseñado a desenredar su mensaje. Si esto no es milagroso, al menos se lo podría reclamar en nombre de lo misterioso.

A veces me siento invadido por la necesidad de restaurar el orden del universo según Matilda Geddings Gray. No hay nada de siniestro en eso. Propongo primero dejar que Rocinante haga un salto hacia la izquierda en la primera serie de azulejos, así ubicándose nuevamente después de Dulcinea. Pero antes de quitar el rucio de la segunda serie con la intención de devolverlo a la primera, ¿qué pasa si repetimos la primera función? ¿Y si volvemos a hacer con el rucio lo que por alguna extraña razón la Srta. Gray nos acaba de obligar a hacer con el rocín? Después de todo, si ella hubiera querido que atendiéramos solamente a DQ 2.25, entonces simplemente podría haber movido el rucio allí; no necesitaba haber cambiado la posición de Rocinante. Ergo, ¿qué pasa si en la segunda serie de azulejos, aunque solo sea por respeto a lo que la Srta. Gray nos ha mostrado hasta ahora, dejamos que el rucio imite el rocín saltando a la izquierda sobre el portador de armas que cuenta la Aventura del rebuzno?

El resultado sería colocar el asno de Sancho precisamente entre la alusión a la esclavitud de negros al final de DQ 2.24 y la alusión a la guerra civil al principio de DQ 2.25. Además, con esa maniobra añadida, nos habrá obligado doña Matilda a alejarnos de los dos azulejos con el “mono adivino” de Maese Pedro para en cambio poder reconsiderar a los negros africanos que Cervantes acaba de comparar con viejos soldados (cf. Plutarco sobre el maltrato de los esclavos por Catón el Viejo). Por último, estaríamos colocando el azulejo del rucio justo donde don Quijote ve por fin una posada en lugar de un castillo y justo donde el hidalgo trabaja con sus propias manos por primera y única vez en la novela. Según la Srta. Gray la novela de Cervantes indica que la solución a la esclavitud racial son los negocios y el mercado laboral.

El hercúleo análisis literario de Matilda Geddings Gray traza una magnífica lectura de la picaresca española que logra transmitir las claves de la novela moderna tal y como la inventó Cervantes. Restablece el nudo gordiano entre el simbolismo del asno, la sátira contra la guerra civil y la alusión a la esclavitud, rematando con el singular giro español contra la nueva forma de esclavitud basada en la raza. Además, parece que tenía todo eso en mente antes de colocar un solo azulejo en el muro. De ahí el encanto, el misterio del proyecto de esa mujer.

Es todavía dos veces más de misterioso. En primer lugar, yo mismo estuve más de un año escribiendo un ensayo largo y aburrido sobre el significado del asno en Don Quijote en el que argüí que el monte de Sancho es el símbolo clave de la novela y que tiene todo que ver con la raza y la esclavitud. Luego resulta que la Srta. Gray había revelado todo eso ya hace setenta y cinco años y con más gracia a través de su azulejería meticulosa en la Casa de las Mil Flores en la Antigua. Venciste, hermosa Matilda, venciste; que no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas.

En segundo lugar, hay una moraleja que aclara la interpretación de la primera novela moderna que nos delegó la Srta. Gray. Al final, descifrar los azulejos entrecruzados de la Casa de las Mil Flores debe quedar como un acto abstracto, porque colocarlos en el muro correctamente implicaría tener que avanzar cada uno de entre DQ 1.1 y DQ 2.25, por lo que correríamos el riesgo de arruinar alrededor de 75% de los azulejos.

Del mismo modo no podemos volver a vivir lo que ya ha sido vivido por otros. El rompecabezas cervantino de Matilda Geddings Gray quedará siempre sin resolver. Nos insta a contemplar los problemas del pasado, pero aboga por la templanza a la hora de emprender su corrección. ¿Cómo pudo doña Matilda haber percibido ese compromiso alojado en el corazón de Don Quijote? Desde luego no lo sé, pero pudiera haber tenido algo que ver con el hecho de que no solo restauraba casas en Guatemala sino también en Luisiana. Otro ejemplo de su magistral vocación se puede ver en el pueblo de Wallace, donde permanece la mansión de Evergreen, una encomienda de azúcar que Gray mandó restaurar al estilo neogriego antebellum, el mismo estilo que se había elegido para su primera restauración en el año 1832. La habrás visto, querido lector, ya en la película Django desencadenado (2012). No estoy seguro de que puedas pasar la noche allí, pero definitivamente no es el castillo que alguna vez fue.

Casi por casualidad hemos dado con la diferencia entre la pura sátira negra y la novela de color gris, un género intermediario o tercero. La picaresca se queda gris y triangular porque en ella siempre se pondera el amor a la par del poder político. Sí, de alguna manera el orden social consistirá en proporcionarles pan y circo a las masas; pero todo eso se defenestra cuando te enteras de la existencia de la Emperatriz del Universo. Al igual que Isis, María, Zoraida o Dulcinea, la sin par Matilda reclama un espíritu fuerte y libre del miedo a la muerte. Durante el Renacimiento, además de reconsiderar el tema de la esclavitud y resucitar el simbolismo del asno que se habían permanecido dormidos desde la antigüedad tardía, los novelistas españoles lograron devolver a la mujer a su justo lugar en la picaresca. La diosa, la madre y la amante celestial de la novela a menudo limpia la sangre de una hoja de caza con vino sagrado, porque ella también es una fundadora, una guerrera sacerdotisa, y si te encuentra indefenso en el bosque te atará el corazón y desatará laberintos en tu mente.

Eric Clifford Graf

Doctor en Literatura Española

Castellanomanchegos en la expedición de Magallanes-Elcano

La asombrosa expedición naval de descubrimiento que finalizó con la primera circunnavegación del mundo a cargo de Juan Sebastián Elcano contó con cinco castellanomanchegos, pero ninguno pudo completar el periplo

El único que sobrevivió a este viaje fue el albaceteño Juan de Chinchilla que desertó y volvió a Sevilla el 6 de mayo de 1521 a bordo de la nao San Antonio, que al mando de Jerónimo Guerra, desertó de la expedición

Alcázar de San Juan, 01-09-2022.- El próximo 6 de septiembre se cumplirán quinientos años de la llegada a Sanlúcar de la nao Victoria, única superviviente de la flota de cinco naves que componían la expedición española comandada por Fernando de Magallanes (Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago), que habían partido tres años antes de ese mismo puerto con destino a lo desconocido en un viaje que significó la primera circunnavegación de la Tierra.

Desde la finalización del viaje y habiendo llegado totalmente exhausto, el propio Elcano fue consciente de la gesta que había realizado, por encima de haber descubierto el estrecho y por encima de haber llegado a las Molucas, como así se lo manifestaba al rey Carlos V en una misiva diciéndole: Más sabrá su Alta Majestad lo que en más avemos de estimar y tener es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo yendo por el occidente e viniendo por el oriente”.

Este fabuloso viaje significó no sólo el descubrimiento del paso austral al llamado Mar del Sur (que había descubierto por primera vez Vasco Núñez de Balboa el 25 de septiembre de 1513 –tan solo seis años antes- desde una cumbre en el istmo de Panamá, bautizándolo con este nombre), a través del estrecho de Magallanes, sino también el hecho de poder determinar la verdadera dimensión en leguas de este nuevo océano al que el capitán general portugués dio el nombre de Pacífico.

Pero sobre todo concluyó (gracias a la decisión de Elcano de seguir navegando desde el Maluco hacia el oeste) con la constatación más espectacular de todas, la de la redondez de la Tierra y que navegando siempre hacia el oeste se volvía por el este aunque con la desagradable  sorpresa de haber perdido un día en el calendario –Pigafetta anota en su testimonio del viaje que en Cabo Verde preguntó qué día de la semana era y le dijeron que jueves, cuando según sus cuentas y sin haber estado enfermo como para impedirle sus anotaciones, para él consta que es miércoles-.

Si bien la corona de Castilla fue la que financió la expedición, tomaron parte en ella marinos de muy diferentes nacionalidades, así como de diferentes lugares del territorio español. También del territorio de nuestra comunidad autónoma, que, si bien entonces no se conocía por este nombre, en la actualidad es conocida como Castilla-La Mancha.

Cinco personas del territorio que ahora ocupa nuestra Comunidad se embarcaron en esta expedición con una suerte nefasta ya que ninguno de ellos pudo completar el periplo alrededor del globo terráqueo.  Además, cuatro de ellos murieron en el intento. Tan sólo uno regresó vivo de la expedición a nuestro suelo patrio y como suele decirse, por la puerta de atrás.

En este V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo quiero rendir a los cinco castellanomanchegos un homenaje y un recuerdo por la decisión que tomaron de embarcarse en esta formidable aventura que a casi todos les costó la vida:

Pedro García, herrero, natural de Ciudad Real, hijo de Antonio García de Quirós y María García vecinos de Ciudad Real, con un sueldo de 1.000 maravedís por mes a contar de agosto de 1519 (recibió 4.000 maravedís el sueldo adelantado de 4 meses) por embarcarse en la nao Victoria como criado y sobresaliente de Luis de Mendoza capitán de la nao y tesorero de la armada.  Fue muerto por los indios en la emboscada de Cebú (Filipinas) el 01-05-1521. No llegó a alcanzar las islas Molucas (objetivo del viaje) aunque se quedó muy cerca…

Antón de Escobar, natural de Talavera, hijo de Juan de Escobar y Leonor Méndez, vecinos de Talavera, con un sueldo de 1.500 maravedís por mes (recibió 6.000 maravedís el sueldo adelantado de 4 meses) por embarcar en la nao San Antonio (la mayor de la flota con 120 toneles vizcaínos de capacidad, unas 144 toneladas) como criado de Juan de Cartagena, capitán de la nao y veedor de la armada. Fallecido a causa de las heridas en la batalla de Mactán (Filipinas, en la que también murió el capitán general Fernando de Magallanes) el 28 de abril de 1521 dos días después de la batalla. Es curioso que a pesar de embarcarse inicialmente en la nao San Antonio, no regresó con ella en su viaje de deserción.

Juan de Chinchilla, natural de esta ciudad, hijo de Alcides de Oria y María de Quevedo, con un sueldo de 1.500 maravedís por mes (recibió 6.000 maravedís el sueldo adelantado de 4 meses) por embarcarse en la nao San Antonio, como criado de Juan de Cartagena, su capitán. La tripulación de esta nave se sublevó el 1 de noviembre de 1520 en el estrecho de Magallanes y retornó a Sevilla (desertando de la expedición) el 6 de mayo de 1521. El único superviviente de los castellanomanchegos.

Antón de Goa “Loro”, grumete, natural de Toledo, criado de la marquesa de Montemayor, con un sueldo de 800 maravedís por mes (recibió 3.200 maravedís el sueldo adelantado de cuatro meses) por embarcarse en la nao Trinidad, la capitana, que iba al mando del propio Fernando de Magallanes. Muerto por los indios en la emboscada de Cebú (Filipinas) el 1 de mayo de 1521. Al igual que el ciudadrealeño Pedro García tampoco llegó a las islas Molucas, quedándose a las puertas de la Especiería.

Juan de Ortega, marinero, natural de Cifuentes (Guadalajara), hijo de Pedro de Ortega y de María de Cifuentes (llamada María de Morón en otras fuentes), con un sueldo de 1.200 maravedís mes, recibió al embarcarse 4.800 maravedís, el sueldo adelantado de cuatro meses por embarcarse en la nao Concepción, al mando de Gaspar de Quesada.

Juan de Ortega fue el castellanomanchego que más lejos llegó en esta formidable aventura, ya que venía de regreso en la nao Victoria cuando murió de enfermedad el 20 de mayo de 1522, tan solo dos días después de haber rebasado el Cabo de Buena Esperanza, ya en pleno Océano Atlántico, en el camino de regreso.

Entre los documentos que se conservan hay una Provisión del Consejo de Indias para que se entregasen a María de Morón, como madre de Juan de Ortega, que había ido en la armada de Magallanes, cuatro ducados a cuenta del sueldo devengado (año 1531). Estos cuatro ducados equivalían a 1.500 maravedís, un mínimo adelanto del sueldo que le correspondía por el servicio a la corona a lo largo de sus 32 meses de travesía, estimado en 38.400 maravedís (algo más de 102 ducados).

No obstante, y para que sirva de comparación, el sueldo recibido por los diez marineros supervivientes llegados en la Victoria, fluctuó entre 46.080 maravedís (123 ducados) el que menos y 92.420 maravedís (246 ducados) el que más, en concepto de sueldos, cajas y quintalada.

El cifontino Juan de Ortega fue el castellanomanchego que navegó más leguas y tuvo las mayores experiencias de todos nuestros paisanos; descubrió el estrecho de Todos los Santos, (posteriormente llamado de Magallanes en honor al descubridor), llegó a las Islas Filipinas, donde vio morir a su capitán general Magallanes y tuvo la fortuna de llegar hasta las islas Molucas, a la Especiería, hito que ni siquiera estuvo reservado para el propio capitán general.

Después de superar las mayores dificultades, sobrevivir a la batalla de Mactán, esquivar la traición de Enrique de Malaca en la emboscada de Cebú (Filipinas) donde asesinaron a 24 compañeros, y tras atravesar las más duras jornadas de navegación por el Índico, evitando los puertos y las naves portuguesas; cuando ya se había doblado el Cabo de las Tormentas y apenas faltaban tres meses para la llegada a Sanlúcar, el cifontino entregó su alma, ya en el Océano Atlántico, imaginamos que totalmente exhausto.

Pigafetta, testigo directo y relator del viaje cuenta en este punto esta curiosa anécdota:

«En fin, con ayuda de Dios, el 6 de mayo doblamos este terrible cabo, siendo preciso acercamos a él hasta distancia de cinco leguas, sin lo cual no lo hubiéramos conseguido jamás.

Corrimos, en seguida, hacia el noroeste durante dos meses enteros, sin reposamos jamás, perdiendo en este intervalo veintiún hombres, entre cristianos e indios. Al arrojarlos al mar, notamos una cosa curiosa, y fue que los cadáveres de los cristianos quedaban siempre con el rostro vuelto hacia el cielo, y los de los indios con la cara sumergida en el mar. (Antonio Pigafetta. Primo Viaggio Intorno al Globo Terracqueo)«.

Este viaje tuvo una importancia política y estratégica fundamental en la lucha de poder entre los dos imperios navales del momento: Portugal y Castilla. Y facilitó una nueva y desconocida ruta hacia las islas Molucas (Indonesia) donde se producían especias como la nuez moscada, el clavo oloroso y la canela, que tenían un valor mayor que el propio oro y que el imperio otomano había hecho inalcanzables por tierra para las potencias europeas.

A pesar de que se haya dicho que se trata de una gesta global, es totalmente incierto.

Esta hazaña corresponde única y exclusivamente a la corona de Castilla, que fue quien la patrocinó e impulsó, mientras que Portugal puso el mayor empeño posible con todos los medios a su alcance, legales e ilegales, para que este viaje fracasase. El propio Magallanes se consideraba un español más y un fiel servidor del rey de Castilla a quien había jurado lealtad. Pero no hay que olvidar que Magallanes murió sin haber alcanzado las Molucas y sin siquiera saber dónde se encontraban (o al menos murió sin decirlo).

El mérito único y exclusivo de haber llegado a las Molucas es de Juan Sebastián Elcano quien se sirvió de pilotos locales y de su gran pericia y valía como marino.

Desde la partida de Brunéi, cuando relevaron del mando a Juan López de Carvalho, tomaron el mando un cuarteto de personas que permitieron enderezar el rumbo de la expedición:

«Acompañando a Elcano y a Espinosa (Gonzalo Gómez de Espinosa, el gran olvidado de esta gesta) hubo otras dos personas de especial relevancia en la nueva organización: el escribano Martín Méndez y el maestre Juan Bautista de Punzorol. Elcano, Espinosa y Juan Bautista fueron los “gobernadores” de la armada, mientras que Méndez fue su escribano y tesorero. En su faceta de escribano, Martín Méndez fue quien escribió el documento clave para conocer muchos de los detalles importantes que ocurrieron en esos meses de contactos con pueblos tan diversos del sureste asiático. Es el conocido como Libro de las Paces del Maluco» (Tomás Mazón Serrano. – Elcano, viaje a la historia).

Elcano fue quien, consensuándolo con Gómez de Espinosa, tomó también la arriesgada decisión de volver hacia el oeste atravesando por completo el Océano Índico en la mayor singladura sin escalas en tierra (5 meses y 15 días) que se había hecho hasta la fecha. Teniendo en mente en todo momento que de este modo circunnavegaría el globo terrestre.

Sirva nuestro recuerdo para tener siempre frescos en la memoria a estos valientes marinos y especialmente a los cinco castellanomanchegos.

Constantino López Sánchez-T.