Empresas de la comarca del Quijote que apuestan por la cultura

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El sábado 6 de abril tendrá lugar la tercera edición de la Mesa Redonda Cervantina en Puerto Lápice gracias al patrocinio de empresas de nuestra comarca 

Alcázar de San Juan, 20-03-2019.-  Entre las diferentes actividades de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan la Mesa Redonda Cervantina ocupa un lugar de privilegio, actividad que se prepara con mimo y dedicación desde que acaba la edición anterior -no en vano en este año 2019 se va a celebrar su tercera convocatoria- y actividad a la que desde el principio de su gestación los cervantistas alcazareños quisieron otorgar  un carácter itinerante y que se pudiera celebrar en los diferentes pueblos de la comarca del Quijote  (las anteriores ediciones fueron en El Toboso -2017- y en Quero -2018-).

Este año 2019 la III Mesa Ronda Cervantina tendrá lugar en Puerto Lápice, en la Venta del Quijote, un lugar idóneo para esta celebración que en esta edición llevará por título «El Quijote y los libros de caballerías».

A esta Mesa Redonda vienen ponentes de nivel nacional (muchos de ellos de nivel internacional) ampliamente conocidos y reconocidos dentro del mundo cervantino lo que está al alcance de esta modesta Sociedad en parte por su incesante y arduo trabajo desarrollado desde hace casi seis años (tanto por la organización de sus «Almuerzos de don Quijote» actividad mediante la cual vienen a conocer nuestra ciudad  invitados de reconocido prestigio cervantino, como también por la asistencia de los miembros de la  asociación cultural tanto en los diferentes congresos, como por su participación como ponentes en jornadas y eventos cervantinos), y en otra parte muy importante es posible gracias al apoyo económico que brindan empresas de nuestra comarca que apuestan decididamente por  la cultura y hacen posible que con su soporte puedan tener lugar eventos culturales de esta envergadura.

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Justo es por tanto, reconocerles su ayuda y dedicarles unas sinceras palabras de agradecimiento. No obstante, la participación en esta actividad no está definitivamente cerrada ya que hasta el día 31 de marzo aún pueden sumarse a esta iniciativa cultural las empresas que lo deseen contactando con la Sociedad Cervantina en la dirección de correo electrónico mailto: cervantinalugarquijote@gmail.com

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

El profesor navarro Carlos Mata Induráin en los «Almuerzos de don Quijote»

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Visitará nuestra ciudad el sábado 30 de marzo invitado por la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan  

Alcázar de San Juan, 19-03-2019.-  El doctor Carlos Mata Induráin estará en Alcázar de San Juan el 30 de marzo para tomar parte de los «Almuerzos de don Quijote», actividad que organiza regularmente la Sociedad Cervantina de Alcázar y en la que personalidades relevantes del mundo cervantino visitan nuestra ciudad para conocer sus recursos y para mantener un encuentro -que se suele prolongar por horas- con los asociados, en el que la transferencia de conocimientos es siempre espectacular y a la vez enriquecedora para los miembros de la Sociedad.

Carlos Mata Induráin, Profesor Titular acreditado, es Doctor en Filosofía y Letras (Filología Hispánica, programa de Literatura Española) por la Universidad de Navarra en mayo de 1994 con Premio extraordinario de Doctorado, en la actualidad es Profesor Asociado del Departamento de Filología de la Universidad de Navarra (Pamplona, España), Secretario General e investigador del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra y Secretario del Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA). También Vocal de la Junta Directiva de la Asociación de Cervantistas y Correspondiente en España de la Academia Boliviana de la Lengua.

Sus principales líneas de investigación se centran en la literatura española del Siglo de Oro: comedia burlesca, autos sacramentales de Calderón, Cervantes y las recreaciones quijotescas, etc.  Se ha interesado igualmente por la literatura colonial (en especial la de ámbito chileno) y por la literatura española moderna y contemporánea (drama histórico y novela histórica del Romanticismo español, novela de la guerra civil, cuento español del siglo XX…).  Además, desde hace varios años está desarrollando un proyecto sobre la Historia literaria de Navarra. En todas estas áreas ha publicado diversas monografías y artículos, y ha sido editor de varias obras literarias.

Es miembro de la Asociación Internacional Siglo de Oro (AISO), la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH), la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro (AITENSO) y la Asociación de Cervantistas (AC).

 

Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan

Carlos Sander Álvarez, El Quijote de don Quijote

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En marzo de 1959, ahora hace exactamente 60 años, el poeta chileno Carlos Sander peregrinaba por la Mancha en busca del espíritu de don Quijote. Era cónsul de Chile en Madrid. Había llegado a España como agregado cultural de su país en 1951 y entre uno de sus objetivos personales era visitar la Mancha de don Quijote, la Mancha de Cervantes. Ocho años después pisaba los lugares y escenarios del Quijote. Desde Alcázar de San Juan, donde quiso ver la controvertida partida de bautismo de Miguel de Cervantes Saavedra que la tradición alcazareña asegura que es del autor del Quijote, pone rumbo a Campo de Criptana para contemplar los “gigantes” contra los que don Quijote entra en descomunal batalla.

Sander comprueba, durante los ocho kilómetros que separan ambos lugares manchegos, la inmensa llanura tantas veces descrita, el horizonte alucinantemente plano, casi mágico. Y recuerda una metáfora, de Víctor de la Serna, sobre este espacio geográfico que encantó a Cervantes, y embruja a quienes andan por ella: “La tierra se va haciendo tan plana, que el viento podría llevar una uva rodando desde Alcázar a Campo de Criptana”.

Entra en La ciudad de los Molinos y ¡solo cuatro molinos le reciben! Él ya lo sabía, su amigo Gregorio Prieto, el gran pintor manchego,  se lo había confesado. Prieto quería salvar los molinos de viento de la Mancha del olvido, porque “aunque hayan perdido su significación industrial ante mejores procedimientos técnicos, hay que defenderlos, ya que el genio tocó con su vara mágica las altivas siluetas y los convirtió en inmortales”. Sander está desolado, como Prieto, al ver que Campo de Criptana se haya quedado casi sin ellos, solo cuatro quedaban en pie de los más de treinta que disponía para moler el trigo de sus vecinos, y de los lugares de alrededor.

Está, por fin, en la criptanense  Sierra de La Paz. Dice sentir un momento sacro, ese que todo peregrino siente cuando al fin llega a su meta deseada. Sander deseaba estar junto a estos gigantes malheridos por el paso del tiempo y dice apreciar entre ellos el espíritu de don Quijote. Le acompañan el alcalde, también poeta, José González Lara y Francisco Granero y Martínez Borja, uno de los vecinos más ancianos de Campo de Criptana, con cerca de noventa años. Así nos describe ese momento:

         “Con mis compañeros camino por entre los molinos, que me enseñan su corpachón blanco, su techo circular y brillante, su puerta, sus doce ventanas pequeñas o “vientos” y sus aspas forradas por cuatro velas. Cruzo por cimientos que fueron enhiestos molinos y que el tiempo destruyó. Había en esta Sierra de la Paz, treinta y cuatro molinos y sólo quedan cuatro. Son Los reyes de Criptana. Los cuatro mosqueteros que cuidan de la villa blanca. Tienen nombres extraños y manchegos: “El Infanto”, “El Burleta”, “El Sardinero” y “El Culebro”.

Hablan de las dudas que surgen para situar geográficamente unas aventuras u otras de don Quijote. Para los tres, Cervantes enmarcó la aventura de los molinos de vientos en las crestas de Campo de Criptana. Incluso asegura Sander, como lo hace también su amigo Prieto, conoce dónde pudo inspirarse Cervantes:

         “Lo que sí es indudable y sin lugar a discusión, es que Campo de Criptana fue la villa que inspiró a Cervantes para su escena de los molinos de viento. Y él saco esa escena del emblema que tiene el escudo de Alcázar de San Juan, el pueblo vecino y que muestra a un caballero arremetiendo, lanza en ristre, contra un castillo. Ahí está la base de la escena inmortal en que Don Quijote de la Mancha, ciego por su ideal, arremete contra un molino, que con sus aspas lanza por tierra a caballo y caballero.”

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Carlos Sander estaba invitado por el alcalde para impartir una conferencia sobre “El presente de la hispanidad”. Es un hispanoamericano convencido. Después del almuerzo, durante una reunión en el ayuntamiento, siguen hablando “de América y de España. Se conversa de Cervantes y de Don Quijote. Y se habla de molinos, de los molinos de Campo de Criptana.” Y es en esta reunión cervantina y molinera, cuando una idea le susurra al oído. Antes el alcalde le había mostrado el proyecto, casi irrealizable por el gran coste económico para las arcas locales, de volver a levantar los molinos de la Sierra de La Paz. Sander no tarda en compartir su idea allí mismo ante el entusiasmo de todos, especialmente del propio alcalde: restaurar los molinos de Campo de Criptana, haciendo que cada país de América reconstruyera uno de ellos en el mismo sitio y con el mismo nombre que los conoció Cervantes, colocando dentro de él un museo artístico e intelectual del país, y el de Chile sería el primero de ellos. Así, el coste de reconstrucción de cada molino, unas 150.000 pesetas, serían sufragadas por cada país americano, siendo así viable el sueño del alcalde.

Y con esta idea, casi quijotesca, regresa a Madrid. Convoca a la prensa y comunica al mundo el proyecto, que no duda en liderar. Todos los periódicos y radios se hacen eco de la noticia con este titular: “Los países latinoamericanos auspiciarán la reconstrucción de los molinos de Don Quijote”, con el siguiente subtítulo: “La iniciativa presentada en ese sentido por el escritor y Cónsul de Chile en Madrid, Carlos Sander, recibe la más amplia acogida”. Poco después es sustituido en sus funciones en el Consulado y partía hacia Chile.

Recién llegado a su país no tarda en ponerse a trabajar. Decía que: “A pesar de ser poeta, soy realista y ejecutivo y creo en la perogrullada de que el movimiento se prueba andando”. Estaba seguro que Chile y América recibirían con entusiasmo su idea;  cree que “todo americano tiene adentro un Quijote y un Alonso Quijano”, al menos él si lo tenía. Habla con la dirección de Radio Sociedad Nacional de Minería y les convence de su proyecto, comenzando la emisión de un programa, que dirigía él mismo, con el título “Campaña por los molinos del Quijote”. Carlos Sander recordaba tiempo después como “poco a poco la débil llama se convirtió en fuego y el fuego en gran incendio benéfico… Pero mucho cuesta conseguir dinero para este tipo de obras y sólo los de alma quijotesca podían colaborar. La primera donación recibida fue de la Corporación de Ventas de Salitre y Yodo”, donando treinta mil pesetas, ¡la quinta parte de lo que se necesitaba!

Esas treinta mil pesetas se enviaron al Consulado de Chile en Madrid para que se entregaran en Campo de Criptana, y formaran parte del acto solemne de la colocación de la primera piedra del molino de viento de Chile, que tendría el nombre de “Quimera”, como su original del siglo XVI. El acto tuvo lugar con la presencia del embajador de Chile, que hacía entrega del dinero al emocionado alcalde. El acta depositada debajo de la primera piedra del molino decía:

“En la Villa de Campo de Criptana, a veintinueve de noviembre de 1959, el Excelentísimo señor Embajador de Chile, con el señor alcalde de esta villa, don José González Lara, proceden a colocar la primera piedra en el molino de viento que dicha república construye, restaurando uno de aquellos “treinta o poco más” que Cervantes cita en su libro inmortal y que fueron los que en desigual y famosa batalla contendieron con el Caballero del Ideal”

El dinero siguió recaudándose, principalmente en la ciudad de Santiago de Chile, hasta conseguir que un año después, el 4 de diciembre de 1960, el molino “Quimera” estuviese terminado y se inauguraba en un acto cargado de emotividad, en el que estuvieron presentes todos los embajadores de Hispanoamérica en la Sierra de La Paz. Carlos Sander vivió este momento desde su casa de Santiago de Chile, donde el verano austral contrastaba con el frío invierno manchego. Su sueño, y el del alcalde criptanense, se había cumplido.

El poeta manchego José Ochando García, contemplando en Campo de Criptana como renacía el viejo molino “Quimera” casi de sus mismas cenizas, escribe un poema lleno de agradecimiento a Chile, con el título “Molino de Don Quijote”. Así termina:

¡Viejo Arauco, nuevo Chile, antigua savia,

sangre nuestra, nuestra entraña!

déjame que te abrace: ¡Soy España!

Después fue Argentina, quien reconstruyó el molino “Pilón”, Costa Rica el “Cariari”, Perú el “Inca Garcilaso”…

El proyecto de Carlos Sander no acababa con volver a ver los molinos como los vio Cervantes:

“Mi proyecto es mucho más ambicioso que la mera construcción de molinos. Yo pretendo que el Estado español trace lo que se dará en llamar la “Ruta del Quijote” a través de todos los pueblos cervantinos, construyendo paradores y hoteles, lo cual será una fuente fabulosa de ingresos. Además hay que conseguir que la UNESCO levante en Campo de Criptana un gran monumento al Quijote. Y asimismo, se pretende construir un “Auditorium”, en torno a los molinos, para conferencias y actos culturales cervantinos”

Hoy es domingo, 10 de marzo, amanece en la Mancha un día soleado, sin nubes, frío, aunque a mediodía llegaremos a superar los veinte grados. Quiero hacer el mismo camino que hizo Carlos Sander  hace sesenta años, dejar atrás Alcázar de San Juan, mi ciudad, y subir a la Sierra de La Paz, de Campo de Criptana. Sé que no voy a ver ese gran monumento levantado por la UNESCO, ni ese auditorio en torno a los molinos. Aquí, aparte de González Lara, el poeta alcalde de Campo de Criptana, no quedó nadie que creyera y siguiera su proyecto, ¡qué lástima! Lo de la “Ruta del Quijote”, todo quedó en un disparate, de diseño y de presupuesto, creado para las fiestas del cuarto centenario de la publicación de la Primera Parte del Quijote, en 2005, que hoy está en el olvido, y una nueva “Ruta” organizada por la actual Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, falta de ingenio y seriedad literaria.

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Como siempre, subo a la Sierra de La Paz por un camino en el que se revive la misma imagen real que un día vio Cervantes, he hizo ver en la ficción a don Quijote, apareciendo ante mí los gigantes de Campo de Criptana. Dejando las últimas casas por el camino que lleva a la ermita del Cristo de Villajos, me encamino hacia ellos.

Paso junto a restos de molinos que siguen esperando, sesenta años después, que venga otro Carlos Sander, o que Campo de Criptana tenga otro alcalde con la sensibilidad de aquel poeta, José González Lara, y vuelvan a tener vida. Junto a ellos, dentro de sus entrañas, el silencio manchego es aún más profundo. Al abrigo de sus gruesos y desvencijados muros hay una extraña sensación. Son gigantes vencidos, no por don Quijote, sino   por la desidia de tantos gobernantes que no han sabido apreciar el legado que nos hizo Cervantes. Lejos quedan los crujidos de las maderas cuando el viento movía sus aspas vestidas con las velas, el polvo y el olor a harina que lo inundaba todo, los costales de grano con las iniciales del labrador preparados para transformarse en harina, junto a las medidas de madera con las que los molineros cobraban su trabajo, la “maquila”, en harina y que tantas discusiones acaloradas daban entre molinero y labrador, que transcendían varios cientos de metros alrededor.

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En la Oficina de Turismo, que se encuentra en uno de los molinos, pregunto si puedo ver en el interior del molino “Quimera” el museo de Chile. Las dos personas que me atienden se miran extrañadas. Una de ellas me dice que en el interior del molino no hay ningún museo sino una exposición de imágenes de Semana Santa, y que no saben cuando el responsable lo abrirá, pues no depende de ellos. Ante mi insistencia, me dicen que no saben nada del material museístico que Chile dejó depositado en el molino.

Algo contrariado me voy a la puerta del “Quimera”. Llevo en mi mochila, además de mi Quijote, un libro en prosa del poeta  Carlos Sander, con un dibujo en la portada de Gregorio Prieto: “En busca del Quijote”. Lo compré, de segunda mano, a un librero de Santiago de Chile, en 2013, en unos de mis primeros viajes al país austral. Leo un rato el viejo libro que en 1967 publicó sobre su peregrinación en busca del espíritu de don Quijote en la Mancha, y subrayo en su página 295: Quien recorre la Mancha deberá creer en hadas, en fantasmas, en Caballeros Andantes y en bellas Dulcineas”. Sin duda alguna, él creía que en cualquier camino, lugar o paraje de la Mancha se iba a encontrar con esas  hadas, sueños e ideales caballerescos, como yo también aseguro que están, solo hay que venir a buscarlos con un Quijote en la mochila, sin prisas, a horcajadas sobre el lento Rocinante.

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Esta villa molinera agradeció a Carlos Sander su proyecto y puso su nombre a una calle, muy cercana a estos “gigantes”, pero casi nadie en Campo de Criptana sabe quién fue este gran poeta chileno e impulsor, junto al alcalde, de que esta imagen que hoy vemos en su sierra sea posible.  El año próximo de 2020 bien podría recordarse en esta villa molinera el sesenta aniversario de la inauguración del molino chileno “El Quimera”, y la figura de Carlos Sander. Tiempo para que el ayuntamiento criptanense se ponga manos a la obra. No sé qué habrá sido del material museístico que la Universidad de Chile preparó para su exposición en este molino, pero que volviese a estar en él, aunque fuese temporalmente, sería el mayor homenaje que a Carlos Sander, y a Chile, se le podría hacer.

Desde aquí, sentado en el “Quimera”, su sueño, su quimera,  mi recuerdo para Carlos Sander Álvarez, “El Quijote de Don Quijote”, como lo definió, en 1961, Leandro de la Vega. Yo,  simplemente lo defino como un loco muy cuerdo. ¡Ojala hubiera en estos tiempos locos tan cuerdos como Sander!

                                               Luis Miguel Román Alhambra

 

Publicado en Alcázar Lugar de don Quijote  https://alcazarlugardedonquijote.wordpress.com/2019/03/11/carlos-sander-alvarez-el-quijote-de-don-quijote/

 

EL QUIJOTE, UNA FICCIÓN CREÍBLE. “LA RUTA DE DON QUIJOTE” DE AZORÍN, REALIDAD Y FICCIÓN, TRES SIGLOS DESPUÉS

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“En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.” (1, 8)

Así comienza una nueva aventura de don Quijote, quizás la más conocida aunque no se haya leído el Quijote. Cervantes pone a prueba la valentía, o temeridad, de don Quijote ante unos molinos de viento,  amenazadores gigantes para él, en la ficción del Quijote. Por su situación geoliteraria en la novela,  y su gran número, solo pueden ser los molinos de Campo de Criptana, que aún en 1750 su número era de treinta y cuatro.

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En un amanecer de julio descubro así los molinos de viento de la Sierra de Criptana. Paisaje real, el mismo paisaje que se podía ver desde este camino hace cuatro siglos, algunos de estos gigantes aún conservan su maquinaria original. Cervantes así los vio. Don Miguel pasó un buen tiempo de su vida por la Mancha aunque hoy no tengamos evidencias documentales, ¡que no las tengamos no quiere decir que no existan! Los archivos españoles, locales, regionales y nacionales, siguen sin terminar de escudriñarse, aunque también es posible que muchos de los legajos, para  este quijotesco interés, se hayan perdido, quemados o vendidos, incluso al peso, simplemente para habilitar los espacios de los archivos municipales  para otros menesteres, porque aquellos documentos muy viejos o carecían de importancia para los “sabios” ediles de turno.

Para escribir el Quijote, dirigido a los lectores de principios del siglo XVII es imprescindible pasar y estar en esta tierra. El escenario de las aventuras de don Quijote, sin tener en cuenta la parte aragonesa y catalana, es evidentemente manchego, aunque hay autores que defienden que por la vaguedad de la descripción del paisaje pueden ubicarse las aventuras del hidalgo manchego en cualquier zona de las dos Castillas, e incluso de León, olvidándose de los topónimos nombrados explícitamente por Cervantes que definen los bordes de la comarca, el hábitat cercano, de Alonso Quijana el Bueno y Sancho Panza: Tembleque, Quintanar de la Orden, Argamasilla de Alba y Puerto Lápice. Comarca manchega con los molinos de viento de Campo de Criptana, únicos “gigantes” en ese número en toda Castilla, con El Toboso como referencia capital y el camino de Toledo a Murcia atravesándola.

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Quizás hoy, Cervantes, podría haberlo escrito desde algún  dispositivo conectado a internet en cualquier lugar del mundo, e incluso, en lugar de la Mancha, hacer a don Quijote cabalgar por la Quinta Avenida de Nueva York y pasar la noche entre los árboles de Central Park. ¿Habría sido el cuento muy distinto? Yo personalmente creo que no. Cervantes iba en mula y hoy nos desplazamos en aviones y trenes de alta velocidad, pero la condición humana sigue teniendo los mismas virtudes y pecados que Cervantes, con superlativa ironía, criticó en su Quijote. Pero Cervantes vivió hace cuatro siglos, y solo habiendo conocido personalmente el paisaje, y el paisanaje, de la Mancha podía hacer una historia, geográfica y humana, creíble para sus lectores. Algunos de ellos, viajeros como él, reconocieron sin duda alguna el paisaje del Quijote según pasaban sus hojas.

Cervantes transitó la Mancha por sus largos y llanos caminos, comió y durmió en sus ventas, se calentó junto al fuego reparador de aquellos alojamientos al lado de venteros, criadas, arrieros, trajinantes, cuadrilleros y oidores, y conoció y trató a sus gentes sencillas. De esa experiencia de vida por la Mancha  escribe el Quijote. Y con la imagen del paisaje manchego crea el escenario por el que lleva en la ficción a don Quijote, el medio físico por el que el Caballero de la Triste Figura va de aventura en aventura, haciendo de la geografía real de la Mancha el vínculo de la ficción del Quijote.

Las acciones, las aventuras, de don Quijote tienen implícitas críticas al hombre, sociedad, política, Iglesia y Corona, y a casi todas las instituciones coetáneas con su vida. Escoge como protagonistas a un loco y a un pobre simple con el fin de que sus palabras y hechos no puedan ser censurados por la autoridad eclesiástica que velaba por la buena moral en los libros. Evita así la censura, y para enviar su mensaje a su lector “solo” tiene que hacer creíble su cuento, también en el espacio y en el tiempo. Su memoria, fina ironía, gran humor e ingenio hacen posible este novedoso trabajo narrativo. Ha pasado mil veces por los caminos y parajes en los que enmarca las acciones del loco y el simple, ¡esta es la sencillez y credibilidad del Quijote! Realidad y ficción vinculadas por el paisaje manchego.

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Dos meses antes de la celebración del tercer centenario de la publicación de la Primera Parte del Quijote, aparecían en el periódico El Imparcial de Madrid una serie de quince artículos con el título de LA RUTA DE DON QUIJOTE, firmados por José Martínez Ruiz, “Azorín”. El joven periodista fue enviado por José Ortega Munilla, director del periódico, a la Mancha para que siguiese los caminos y lugares reales que hizo el hidalgo manchego en la ficción de Cervantes. Cómo fue el encargo en el despacho del director del periódico, nos lo contó Azorín en Madrid (1941):

“Va usted primero, naturalmente a Argamasilla de Alba. De Argamasilla creo yo que se debe usted alargar a las lagunas de Ruidera. Y como la cueva de Montesinos está cerca, baja usted a la cueva. ¿No se atreverá usted? No estará muy profunda. Y, ¿cómo va a hacer el viaje? No olvide los molinos de viento. Ni el Toboso. ¿Ha estado usted en El Toboso alguna vez? ¡Ah, antes que se me olvide! 

Y diciendo esto, don José Ortega Munilla abre un cajón, saca de él un revolver chiquito y lo pone en mis manos. Le miro atónito. No sé lo que decirle.

-No le extrañe a usted -me dice el maestro-. No sabemos lo que puede pasar. Va usted a viajar sólo por campos y montañas. En todo viaje hay una legua de mal camino. Y ahí tiene usted ese chisme, por lo que pueda tronar”

En la ruta cronológica que aparece en El Imparcial, que en ese mismo año de 1905 ante el éxito de sus artículos llegó a publicarse en un libro con el mismo título, siempre se ha tenido por cierto que Azorín se sube en un tren en la estación de Mediodía de Madrid bajándose en la estación de Argamasilla (actual estación de Cinco Casas). En el segundo artículo, EN MARCHA, describe la amena conversación con un viajero en el tren:

“-¿Va usted -le he preguntado yo- a Argamasilla de Alba?

-Sí -me ha contestado él-; yo voy a Cinco Casas.

Yo me he quedado un poco estupefacto. Si este hombre sencillo e ingenuo -he pensado- va a Cinco Casas, ¡cómo puede ir a Argamasilla? Y luego, en voz alta, he dicho cortésmente:

-Permítame usted: ¿Cómo es posible ir a Argamasilla y a Cinco Casas?

Él se ha quedado mirándome un momento en silencio; indudablemente, yo era un hombre colocado fuera de la realidad. Y, al fin, ha dicho:

-Argamasilla es Cinco Casas; pero todos le llamamos Cinco Casas…”

La línea ferroviaria de Alcázar de San Juan a Manzanares se inaugura el 1 de julio de 1860. Una de sus tres estaciones intermedias toma el nombre de Argamasilla.

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Cuando en 1914 se inaugura el tramo ferroviario desde esta estación hasta las localidades de Argamasilla y Tomelloso, cambia su nombre por la de Cinco Casas. Azorín pudo conocer esta estación en 1905 con el nombre de Argamasilla.

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La ruta de don Quijote de Azorín, publicada en El Imparcial,  también tiene parte de ficción, como el Quijote de Cervantes. Es el mismo Azorín, treinta años después, quien nos confiesa como fue realmente la ruta seguida, ¡que no es la  publicada! No llega en tren a la estación de Argamasilla (Cinco Casas) y desde allí continúa su viaje en diligencia hasta la villa ilustre de Argamasilla de Alba, sino que su destino inicial e inicio de su ruta es otro: la ciudad de Alcázar de San Juan, capital geográfica de la Mancha, como él mismo la define en su último artículo. En el periódico La Prensa de Buenos Aires, el 7 de abril de 1935, lo  podemos leer en su artículo Las Rutas Literarias:

“En cuanto a la ruta de Don Quijote, recordamos de ella muchos lances e incidentes. Lo más típico de este itinerario son los lugares de la Mancha. Y allí, en la Mancha, están Argamasilla de Alba o Lugar Nuevo, y el Toboso, y Criptana, y Alcázar de San Juan, y Puerto Lápice. Hicimos nosotros esta ruta en 1905, con motivo del centenario de la primera parte del “Quijote“. En Alcázar de San Juan alquilamos un carrito; no había entonces automóviles; si los hubiera habido, no nos hubiesen servido; los caminos no los permiten. En un carrito que guiaba un antiguo repostero que vivió y trabajó en Madrid, hicimos todo el viaje por pueblos y aldeas de la Mancha. Salimos de Alcázar de San Juan, fuimos a Argamasilla; visitamos las lagunas de Ruidera; penetramos en la cueva de Montesinos; nos detuvimos en la posada de Puerto Lápice, donde el célebre manchego veló las armas; contemplamos los molinos de viento en Criptana; hicimos una larga estación en el Toboso…”

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Azorín llega en tren a la estación de Alcázar de San Juan y desde allí comienza su viaje en el carro de Miguel, ¿nombre real o   de ficción?, ¡para el cuento da igual!, para terminar su ruta manchega  también en la misma estación ferroviaria de Alcázar de San Juan, de vuelta a Madrid. ¡Alcázar de San Juan es el inicio real de las aventuras de Azorín por la Mancha!, y de cuyo nombre no quiso acordarse, ¿de qué me suena esto?

Cervantes, como impulsor de la novela moderna, ha sido seguido en el uso de los elementos narrativos del texto (narrador, espacio y tiempo) por multitud de escritores hasta nuestra actualidad. En el mismo Quijote, definida como novela, se puede apreciar también el cuento y la crónica. El escritor pone la acción de sus protagonistas sobre un lugar en el que él mismo ha estado, o tiene información fiel de él, y describe incluso anécdotas vividas en primera persona, tal y como lo hizo Cervantes. Gracias a él y su Quijote, de esta manera tan sencilla, el escritor da credibilidad a la ficción de su novela. Azorín, en La ruta de don Quijote, realiza un viaje por la Mancha, con anécdotas y vivencias reales que después novela en sus artículos, dándoles más credibilidad. Además de cambiar el origen de su ruta,  cambia también el orden de las etapas realizadas dirigiéndose antes a Puerto Lápice que a Ruidera, quizás porque la primera salida de don Quijote fue hacia una venta donde es armado caballero y estaba muy aceptado en su época  que fue en una venta situada en Puerto Lápice. Sin la confesión de Azorín su Ruta es creíble sin duda alguna, aún en nuestros días.

El lector actual de una obra clásica, como el Quijote, siempre tiene que tener en cuenta el tiempo y espacio en el que se ha escrito, porque solo los lectores contemporáneos al autor reconocerán claramente el medio físico y humano narrado. Yo, hoy, sigo reconociendo perfectamente los caminos y parajes descritos por Azorín, e incluso el tipo de gente con el que conversó. Pero un lector de dentro de tres siglos es muy posible que no lo reconozca, e incluso tenga sus dudas si el periodista alicantino puso sus pies en la Mancha. Dudo mucho que en la Fonda de La Jantipa quede, incluso hoy, registro de su alojamiento, gastos… No habrá evidencias documentales de su paso por estos caminos y lugares, solo sus artículos y su libro. No hace mucho tiempo escribía un pequeño relato corto, que viene como ejemplo a esto:

“Amanece con mucho frío y aire en Chinchilla, ¡cuánto frío pasarían los presos en su penal hasta morir en él!, recojo mis cosas de la habitación del hotel y, después de tomar una crujiente flor manchega y un Cola Cao en la cafetería, arranco con dificultad mi viejo C5, y sigo mi ruta hacia Alicante. De pronto, sobre el horizonte, veo aparecer una gran fila de molinos eólicos, que con sus largos brazos en movimiento parecen guadañas de los hombres de Montoro queriéndome arrebañar más el IRPF…”.

Esto lo escribo en mayo de 2018. Si por cualquier casualidad estas líneas llegan a leerse dentro de cuatro siglos no duden que mi relato dará mucho que comentar entre quienes quisieran entender:

  • ¿Un penal en Chinchilla y había presos que morían de frío?
  • ¿Una flor en la Mancha que se come? ¿Qué es un Cola Cao?
  • ¿Y un C5?
  • ¿Qué es un molino eólico?
  • ¿Quiénes son y qué pretenden hacer los “hombres de Montoro”?
  • ¿Qué es el IRPF?

Hoy nadie, en España, se pararía durante esta simple lectura para seguir este relato. Algunos, todavía hoy, recordamos las crónicas de presos en el penal de Chinchilla, su castillo reconstruido en penal a finales del siglo XIX, durante la primera mitad del siglo XX, muchos aún comemos de desayuno, o de postre, una flor manchega de masa frita con azúcar y canela, y todos sabemos qué es un Cola Cao, que uno de los modelos de Citroën es el C5 y que un ministro de Hacienda del Gobierno de España, en mayo de 2018, era Cristóbal Montoro, y que entre sus funciones ministeriales es recaudar a los trabajadores el impuesto conocido como IRPF (Impuesto al Rendimiento de las Personas Físicas). El espacio elegido es evidente, de Chinchilla a Alicante por la autovía A31, como reales son los muchos molinos eólicos que generan energía eléctrica desde hace unos pocos años, que tantas veces he visto cuando he pasado por Bonete causándome mucha impresión, más aún de noche. No necesito inventar una ruta, un camino, una situación, solo el cuento de ficción. Si existe internet, o algo parecido, el avezado lector del siglo XXV pondrá en el buscador todos estos términos para entender mi cuento, y al poner “Montoro”, lo que leerá es algo así: “Montoro, municipio español de la provincia de Córdoba, Andalucía”. Mi futuro desocupado lector, si aún existe España, Andalucía y la provincia de Córdoba, no entenderá nada de nada, y menos que unos vecinos de la ciudad de Montoro sean casi unos salteadores de caminos que me pretenden cobrar a la fuerza un peaje o algo así. Este relato está escrito hoy para lectores de hoy, como el Quijote para los lectores de principios del siglo XVII.

Cervantes inició con su ingenio la narrativa moderna. Estuvo, a mí no me cabe duda alguna, en la Mancha y la hizo patria inmortal de don Quijote. Es tierra de paso, de caminos, cruces y cañadas, que van a todos los sitios imaginables, con un inmenso horizonte y una luz que engancha, y su silencio, que lo dice todo. Es tierra de encantamientos, donde un majano a lo lejos puede parecer una iglesia, un molino un gigante, donde hay locos muy cuerdos, o al revés, y sencillos doctores legos. En su cabeza, y en los cajones de su escritorio, tenía  cuentos, novelitas, anécdotas con decenas de años que mezcla en el escenario real de la Mancha con sus personajes de ficción, que tal vez conoció a sus trasuntos de carne y hueso en algún lugar de esta tierra manchega. Critica a todo y a todos, pero sin hacer sangre, con fina ironía y gran humor, y terminado su trabajo, sale de su casa de la calle del León, hacia Antón Martín y entrega la carpeta con los folios manuscritos al librero Francisco de Robles. Este cuenta los pliegos de papel que saldrán de la imprenta, pacta con Cervantes su precio, quizá incluso sin leerlos, y contrata su impresión a Juan de la Cuesta, en la imprenta que este regentaba en la calle de Atocha, dando así forma de libro al Quijote, no sin erratas y habituales manipulaciones o arreglos del cajista de turno. Así, la Mancha de don Quijote pasa a ser una abstracción de la Mancha real, vista y admirada por Cervantes.

Azorín, tres siglos después, recibe el encargo de perseguir los pasos de ficción de don Quijote, quizá también fueron los pasos reales de Cervantes, por los caminos y parajes de la Mancha de principios del siglo XX. Está convencido de que El Quijote es un libro de realidad; la Mancha, principalmente, es el campo de acción de esta novela. En la Mancha hay ahora paisajes, pueblos, aldeas, calles, tipos de labriegos y de hidalgos casi lo mismo -por no decir lo mismo- que en tiempos de Cervantes (Artículo de Azorín Sobre el Quijote publicado en 1914).

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Ha pasado muchas veces antes por la estación ferroviaria de Alcázar de San Juan de camino a Levante, su región natal, y Andalucía, y ha escuchado a empleados ferroviarios en los andenes pregonar a los viajeros el nombre de la estación y el tiempo de parada del tren en ella. Sabe que en Alcázar de San Juan es posible, con ciertas garantías, alquilar los servicios de un carro para su viaje y decide comprar el billete en la estación de Mediodía en Madrid hasta Alcázar de San Juan, aunque en su artículo lo alargue en la ficción  hasta la estación de Argamasilla. Antes ya ha pasado por esta pequeña estación camino a Andalucía y ha escuchado: ¡Argamasilla, dos minutos! Escribe su segundo artículo para enviarlo a Madrid, lo esperan impacientes para publicarlo, y ese recuerdo cercano le ayuda para terminarlo: Ya va entrando la tarde; el cansancio ha ganado ya nuestros miembros. Pero una voz acaba de gritar:

-¡Argamasilla, dos minutos!”

Azorín, como Cervantes, se aprovecha de su experiencia, de sus anécdotas reales para escribir los quince artículos inmortales de La Ruta de Don Quijote  para el periódico El Imparcial. De no haber escrito su artículo en el periódico bonaerense La Prensa, nunca habríamos sabido que así lo hizo.

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Alcázar de San Juan, capital geográfica de la Mancha para Azorín, actualmente cuenta con el título de Corazón de la Mancha, ha pasado desapercibida, a veces intencionadamente, en las rutas cervantinas que se han tratado de hacer oficialmente. Sin embargo,  la mayoría de los viajeros que han venido buscando el espíritu de don Quijote siempre han pasado y parado aquí.

“¿Habrá otro pueblo, aparte de este, más castizo, más manchego, más típico, donde más íntimamente se comprenda y se sienta la alucinación de estas campiñas rasas…?”, así comienza Azorín su despedida en el último artículo publicado en El Imparcial y su ruta por la Mancha, antes de subirse en el tren en la estación de Alcázar de San Juan con destino a Madrid.

                              Luis Miguel Román Alhambra