“La peste”. Sevilla en la época de Cervantes

                        

Eduardo Alonso Franch

La serie

Se inicia en Sevilla, a finales del siglo XVI. Se intenta ocultar la peste. Sevilla es el centro del comercio con América, pero la peste se extiende. Es una sociedad religiosa y supersticiosa, pero el ambiente que se retrata está muy degradado. Se queman los enseres y cuerpos de los apestados. Se ven las murallas de Sevilla, de las que subsiste una parte. La serie es de 2018. La sodomía, el “pecado nefando”, era muy corriente. Se practica una autopsia, lo que estaba prohibido por la Inquisición. Y la prostitución femenina era bastante habitual. Se practicaba en las mancebías. Un personaje (Paco León) habla con un moribundo a través de una máscara de nariz puntiaguda y de color rojo (era lo que usaban los médicos de la época para tratar con los apestados). Mateo, el protagonista, es un antiguo editor de libros prohibidos, que se convierte en investigador de misteriosos crímenes por cuenta de la Inquisición en un principio. Se ven escenas de enfermos alojados en una especie de hospital, pero sin camas ni higiene y sin apenas médicos o enfermeros. La violencia contra las mujeres, sobre todo contra las prostitutas, es una constante. El resumen final de la serie consiste en que, aunque se termine la peste y la gente lo festeje, aquella sigue latente en la ropa, en los muebles, etc. Y de hecho las pestes se repetían a lo largo de la historia, a partir de la Edad Media, en especial en los puertos del Mediterráneo. Hubo un Nicolás Monardes, médico que aparece en la historia. En general, la imagen del médico es la de una persona sacrificada y eficiente. De hecho, el médico salva a Mateo de varias heridas por arma blanca. La Inquisición tenía un gran poder y mandaba ejecutar a los condenados por heterodoxia, sodomía o brujería. El pueblo asistía a los autos de fe enardecido e indignado. Monardes es un médico que sabe filosofía, botánica… Es muy noble y recto, adelantado a su época. La novela El hereje, de Miguel Delibes, sirvió de base para la escena del auto de fe. Se trata de un espectáculo de masas junto a la catedral, de gran realismo y dureza. Se echa la culpa de la peste a los protestantes. Para la filmación, se reconstruyó una parte de la catedral sevillana que hoy día no existe.

Monardes visita apestados, manda enterrar a un muerto y quemar sus pertenencias. Se marca en blanco la puerta de las casas de apestados. Se ve la entrada a Sevilla en barco por el Guadalquivir. Abundan los genoveses y las murallas rodean la ciudad. Se observa una de las puertas de entrada a la ciudad. Aparece un palacio que podría ser la Casa de Pilatos. Las moscas lo impregnan todo. A los apestados les dejaban la comida desde el techo. Se ven las casas adosadas a la muralla de gente humilde. En la cárcel hay hasta prostitutas. Se juega a los naipes. Hay también niños y padres que salen a trabajar. Se escuchan chillidos de ratas. Los niños hacen encerronas y roban. La peste prende en las chabolas. Los nobles iban en carruajes tirados por caballos y cubiertos. Desde el Arrabal no se puede llevar nada a la ciudad. Se escucha el zumbido de los mosquitos. Mateo fue condenado en ausencia por la Inquisición. Se le consideraba un hereje. A los muertos les sacaban de noche para no alarmar. Las ratas corren por las calles estrechas. Mateo encarga una autopsia a Monardes. La mancebía era legal. La llevan la Iglesia y el Cabildo. El Cabildo debate el tema de la peste. El tinte era una actividad importante. A la industria se dedica una pintora viuda que hace retratos, pero no los solía firmar como si fuesen de un hombre. Había muchos mendigos, pero también pícaros. Llegaban muchos de los pueblos. Mateo se encuentra con la pintora, Teresa Pinelo, que firma con el nombre de su padre. Zúñiga (Paco León) es homosexual en la serie.

Alberto Rodríguez es director y cocreador de la serie. Y Rafael Cobos, cocreador y guionista. Paco Léon es Luis de Zúñiga, amigo de Mateo. En la novela ejemplar de Cervantes Rinconete y Cortadillo, ambos van a Sevilla para embarcar hacia América. El director reconoce como inspiración la “trilogía de la vida” de Pasolini. Se utilizó hasta fruta podrida para ensuciar el suelo. Se intenta plasmar la vida de la calle. Las chabolas en donde se inició la peste y el puerto se hicieron en Coria. El Arrabal era la zona más pobre de Sevilla, que estaba junto al río. Se construyeron 44 cabañas o chabolas. Hay efectos digitales para recrear paisajes de la época. El maltrato infantil era corriente. Celso de Guevara (Manolo Solo) es culto y literato, como Mateo. Este es deductivo y tiene un sentido del honor muy estricto, lo que le lleva a ser brutal a veces. Zúñiga es un chico de la calle que ha prosperado, homosexual y católico. Trata de manejar la ciudad.  El Cabildo y la Iglesia eran los dos grandes poderes. La sala del Ayuntamiento se conservó intacta. La mancebía estaba bastante reglamentada: debían ser mujeres mayores de 12 años, de fuera de la ciudad y no vírgenes. Teresa (Patricia López Arnaiz) es viuda y tiene una fábrica heredada. Se producía el añil, un tinte que se difundió en Europa. Había un examen para mendigar. La religión estaba muy presente en la época. Mateo vuelve tras huir de Sevilla cinco años atrás. Mateo fue impresor y cree que han seguido usando su imprenta. Teresa Larrea era esposa de Germán, el amigo de Mateo. Para ver si una persona estaba sana, se examinaba el cuello y las axilas. A las putas que ejercían fuera de la mancebía se las encarcelaba. Un cirujano las revisaba. El soborno era habitual. Se utilizaron los Reales Alcázares como escenario. El plomo envenena a un impresor, que tose. Sevilla aparece amurallada y fortificada con torres. El hambre y la peste se enseñorean de la ciudad. Las calles eran estrechas, llenas de suciedad, medievales. Se llevaba a los muertos en carros para enterrarlos en fosas comunes en las afueras. Los esclavos se subastaban en las gradas de la catedral. Se ve un hospital de la época, sin personal ni espacio.

El director cree que Mateo es un depresivo, en lenguaje de nuestra época. La peste provocaba una sensación de quemazón interna. Tenían picores y sed terribles. Salían bubones sobre la piel de los enfermos. En Sevilla había muchos negros (una de cada diez personas). Se rodó en los Alcázares y la Casa de Pilatos, tal y como eran en la época. Y también en Carmona, Alcalá, Palacio de Solís, Santiponce… La música es dramática y repetitiva, con cierto suspense. La recreación fue difícil, porque de la época quedan la catedral, los Alcázares y poco más. El castillo de Trujillo se parecía al de San Jorge y se utilizó como base. Mateo fue militar en Flandes. Los bubones se hicieron de silicona. La peluquería se basó en pintura de la época. Mateo es frío, rudo, atractivo. Los pobres comían alimentos en mal estado. La peste tenía que ver con las ratas, que se mueren por el frío. La Inquisición detiene a Zúñiga, entre otros personajes. Se hace un auto de fe contra los sodomitas junto a la catedral. Se da por terminada la peste en Sevilla. Y los protestantes son castigados también. A Zúñiga, como a los demás reos, le condenan a la hoguera. Se trata de una narración de aventuras, a la manera de la novela gótica, llena de giros de guion. Monardes cree que volverá la peste, aletargada hasta que reviva. El Inquisidor General de la Corona de Castilla es Celso (Manolo Solo). Teresa es una noble de la época. Nicolás Monardes es un personaje histórico, existió realmente. El director menciona Rinconete y Cortadillo al llegar a Sevilla. El puerto es lo que más costó reconstruir. Era fundamental la reconstrucción de la vida cotidiana y para ello se utilizó la pintura de Murillo, Goya, El Bosco, Brueghel…Entre las obras del director está La isla mínima, ambientada en el siglo XX. Caravaggio era otra referencia pictórica básica. Es un “thriller”, según el director, pero también un espejo o cuadro de la Sevilla de la época. La secuencia de los túneles se rodó de noche en el anfiteatro de Itálica. Hubo que reconstruirlo tal como era en el siglo XVI. Teresa termina firmando sus cuadros y haciéndose rica con ellos. El rodaje duró cinco meses. Y la escritura del guion llevó años. Los autos de fe, en realidad, se hacían en la Plaza de San Francisco. Eran muy caros, por lo que se suprimieron.

“La mano de la Garduña” es la segunda temporada de La peste. Comienza en Sevilla, a fines del siglo XVI. Las prostitutas son perseguidas y tratan de escapar. Algunas estaban infectadas. Se difunde la sífilis. Las casas se quedan vacías por la peste. Las putas se van de la ciudad, son ilegales. La obra se fecha en 2019. Mateo vuelve a Sevilla desde América. Hay una biblioteca privada con libros de Erasmo y Garcilaso. Es el reinado de Felipe II. Arias Dávila, asistente real, es de Valladolid y viene de Flandes. Barbero y cirujano eran la misma profesión, diferente a la de médico. La sífilis era mortal. Si sobrevivían, las secuelas eran terribles. La gente estaba marcada por cortes. La Casa de Pilatos es la de Teresa. El imperio está en su apogeo y Sevilla pasa el momento más importante de su historia. Pero la corrupción abarca y lo controla todo. Pontecorvo es el nuevo alcalde de Sevilla. El láudano era la droga de la época.

Teresa y Valerio, hijo natural de su marido, rescatan prostitutas y las esconden. Un nuevo asistente llega a Sevilla. Descubren en un barco a varias putas, asesinadas por la Garduña. Y el conde Pontecorvo (en la realidad, Puñonrostro) desea acabar con ella. Teresa utiliza la casa del padre León para la huida de putas al Nuevo Mundo. El padre León lleva barba y es joven. Viste hábito negro. La ciudad ha superado la peste y está en su apogeo. La corrupción y la economía sumergida predominan. La serie está próxima al cine de aventuras, de acción. Mateo recuerda a Yuri Zhivago en la Tierra del Fuego, pero esta se rodó en plató y con efectos especiales. Otra parte se rodó en Almería. Pontecorvo se basa en Puñonrostro, un personaje real. La garduña es un animal que caza de noche. El asistente asume plenos poderes y recluta a su guardia entre los condenados a muerte. Se les nombra alguaciles. La sífilis era frecuente. La gente estaba marcada con frecuencia. Un convento abandonado se convierte en lugar de acogida de las prostitutas que quieren huir. El túnel se crea en Isla Mágica dentro de otro mayor. Fueron cuatro meses de rodaje. David Ulloa figura como director.

Historia de las epidemias en España

La peste seguía con rapidez y facilidad los itinerarios de los intercambios humanos. La habitación, las condiciones sociales e higiénicas, el ambiente de vida o de trabajo eran factores que se conjugaban para remarcar una mortalidad social y profesionalmente diferenciada en tiempo de contagio. Los hogares de los más pobres siempre crearon un contexto muy favorable a la difusión de la peste. Las epidemias de peste eran un azote desastroso. En las ciudades su propagación era muy rápida. Entre los siglos XIV y XVII la peste reapareció casi en cada generación de españoles. Las malas cosechas precedían en muchas ocasiones a la llegada de la peste. Pero fue la peste la que continuó en su posición de destacada protagonista en la segunda mitad del siglo XVI. Para Castilla, la peste de 1596 – 1602 fue la más grave, que inició su lento pero inexorable declive. Corrían malos tiempos para los españoles al declinar el siglo XVI. Andalucía, al menos desde la década de 1560, dejó de ser autosuficiente y pasó a depender de forma crónica de la importación de cereales extranjeros. Las ciudades andaluzas fueron asaltadas en 1599, probablemente como consecuencia del tráfico marítimo con el norte de Europa. En 1602, la peste empezó a retroceder. Sevilla, la ciudad más poblada de toda España por aquel entonces, perdió más de 60.000 habitantes, el 40% de su población. Sobre los puertos andaluces se cernía una epidemia tras otra. La nutrición o desnutrición influía también en el porcentaje de personas contagiadas que eran capaces de sobrevivir a las epidemias. En España, durante las epidemias del siglo XVI, para evitar la propagación de la infección se practicaban la cuarentena y el cordón sanitario, se quemaba la ropa de cama de los enfermos o los difuntos, se establecían hospitales extramuros y los enterramientos se efectuaban en fosas comunes fuera de la ciudad. Valladolid presentaba en el siglo XVI similares deficiencias higiénicas. El agua del río no llegaba a Sevilla en buenas condiciones. Los enterramientos en las iglesias habían alcanzado en España gran arraigo y era difícil sustraerlos de la mentalidad colectiva. Pero esta adecuación se rompía en el momento en que estallaba una grave epidemia pestilencial, elevándose de manera brutal el número de víctimas. En tales casos lo que se hacía era abrir en los lugares extramuros grandes fosas comunes y anónimas, los populares “carneros”, donde se depositaban los cuerpos de los fallecidos que se habían ido recogiendo y transportado hasta allí en andas o, más frecuentemente, en carretas. Se tenían que abrir varias de ellas si las circunstancias así lo requerían y se enterraban los cadáveres con cal. Especialmente, a raíz de las intensas epidemias de peste bubónica que se dieron en Sevilla desde mediados del siglo XV en adelante se hizo imprescindible la apertura de estos “carneros”, que se localizaron en distintos lugares del casco urbano, aunque en las cercanías para facilitar así el traslado de los muertos. Los cadáveres debían ser enterrados fuera del casco urbano, aunque en las cercanías para facilitar así el traslado de los muertos. Los cadáveres debían ser enterrados con suficiente profundidad. Por lo que se refiere al tratamiento clásico de la peste, tres elementos constituían la base de toda acción terapéutica ortodoxa:  la práctica de la cirugía, la cauterización de los bubones y la administración de diferentes fármacos apreciados por sus diferentes propiedades para enfrentarse a la peste. Sobre los bubones y ganglios se administraban métodos terapéuticos que iban desde la simple aplicación tópica y local de diferentes ungüentos al cauterio. El fuego fue el cáustico más empleado. Fue la producción de fármacos la que mayor importancia adquirió. En las ciudades castellanas las juntas locales estuvieron formadas por diversos sectores municipales, al frente de los cuales figuraba el corregidor real, pudiendo ser coordinadas o asesoradas por algunos especialistas de la medicina, tal y como testimonia el caso de Valladolid durante el contagio de 1599. Algo similar ocurría en Sevilla. Al conocerse la existencia de un enfermo en una casa, se procedía al sellado de la misma. En la puerta se solía pintar un distintivo que advirtiera a los vecinos. En ocasiones, era todo un barrio – casi siempre en el más pobre solía iniciarse el contagio – el que se cerraba para evitar el deambular de sus vecinos y contener el mal. Al margen de la pérdida de vidas humanas, la peste produjo un auténtico descalabro económico. La peste, por ser la primera, fue el mal por excelencia de entre todas las epidemias de nuestra historia. En Sevilla existen informes que hablan de cadáveres arrastrados fuera de sus casas en secreto durante la noche y abandonados en la calle o en el pórtico de una iglesia, con sus pertenencias esparcidas entre ellos, sin esperar a los carros municipales[1].

Sevilla en su historia

La expansión de la ciudad se produjo hacia el río. Sevilla era en época romana una ciudad con murallas. La ciudad soportó hambres y epidemias. La ciudad creció de forma lenta pero progresiva. A comienzos del siglo XV se comenzó a construir la actual catedral gótica. La comunidad judía, existente en Sevilla desde época visigoda, estaba dedicada al comercio, la artesanía y la medicina. El contraste entre culturas simbolizaba una nueva etapa en la historia de la ciudad. En el siglo XV, la ciudad perdió efectivos por epidemias y hambrunas. Respecto a la población extranjera, Sevilla conoció importantes asentamientos de francos y de genoveses. La red de alcantarillado era la heredada de los almohades, a todas luces insuficiente. Esto provocaba continuas inundaciones y que estas zonas fueran auténticos caldos de cultivo de enfermedades infecciosas. Extramuros se solían verter todas las basuras, provocando que junto a las murallas se formaran colinas artificiales que eran un verdadero cinturón de inmundicias y un nuevo foco de enfermedades. En la estructura del viario predominaban las calles estrechas. La plaza más importante es la de San Francisco, lugar donde se celebraban todos los actos públicos. Las casas eran en general muy modestas, construidas en ladrillo o tapial; muy pocas veces en piedra. Eran de poca altura, con pocas ventanas a la calle. La nueva catedral sevillana tardaría más de un siglo en construirse. Sevilla adquirió el rango de gran ciudad. El monopolio del comercio con las Indias convirtió a la ciudad en uno de los centros comerciales del viejo continente. Fue una población que sufrió un siglo XVI cargado de catástrofes: epidemias de peste en 1506, 1510, 1557, 1565 y 1581. La Iglesia sevillana era muy poderosa económicamente. Varias fueron las minorías étnicas que convivieron en la ciudad. El mendigo entró a formar parte de un submundo de la ciudad donde se mezclaban prostitutas, ladrones, embaucadores, farsantes y toda una serie de personajes de mal vivir que definieron la figura literaria del pícaro español. Como ciudad de tránsito, la Sevilla del XVI fue un centro de la esclavitud de la época. Junto a Lisboa, era la ciudad europea con más esclavos. A mediados del siglo XVI había unos 6.000 esclavos, cuya subasta se solía realizar en las gradas de la catedral. En este siglo, la muralla perdió gran parte de su finalidad defensiva, por lo que se adosaron a sus muros numerosas construcciones y se elevaron a su alrededor auténticos muros de desperdicios y basuras. En la estructura urbana, el río fue la auténtica columna vertebral. La zona portuaria se situó entre la Puerta de Triana y la Torre del Oro. En el lugar estaba situado el Compás de la Mancebía (zona de prostitución). Si algo caracterizaba las calles de Sevilla en el XVI era la suciedad. A la calle se arrojaban los desperdicios, las aguas sucias, etc. Un objetivo asociado fue la desecación de las lagunas interiores de la ciudad, que actuaban como focos de numerosas infecciones. La plaza más representativa era la de San Francisco, auténtico escenario cívico de la ciudad. La presencia en este lugar del nuevo Ayuntamiento, de la Audiencia, del convento de San Francisco y de la Cárcel Real le otorgó al lugar el rango de verdadera plaza mayor.  Las casas no eran muy elevadas, de dos plantas como mucho, debido a la estrechez de las calles. El Consejo era el máximo órgano municipal. La existencia del asistente, enviado real, que servía de intermediario entre el monarca y el Consejo, supuso un mayor control del gobierno municipal por parte de la realeza. La mayoría de los cargos estaban controlados por la nobleza. El cargo de asistente era el más importante de la ciudad. Su mandato duraba tres años. El Consejo lo formaban los Caballeros 24. Eran nobles, nacidos en Sevilla y vecinos de la ciudad. Fue un período de gran fervor religioso. La Iglesia se convirtió durante el siglo XVI en una poderosa institución que acaparó riquezas materiales y una gran influencia institucional, con mecanismos de control tan poderosos como el tribunal de la Inquisición. Sevilla fue sede del primer tribunal permanente de la Inquisición. El tribunal se ocupaba de herejes, bígamos, blasfemos, usureros, sodomitas, hechiceros, clérigos reos de delitos sexuales…  Los herejes solo caían en poder de la Inquisición si estaban bautizados. Los primeros años fueron los más activos. Los juicios o autos de fe se celebraban tanto en la Plaza de San Francisco como en las gradas de la catedral, mientras que se quemaba a los reos en el campo de Tablada o en el Prado de San Sebastián. La mayoría de los condenados eran conversos acusados de judaizantes. A partir de la segunda mitad del siglo la XVI, con la mayor llegada de extranjeros, aumentaron los condenados acusados de practicar la herejía protestante. En el XVII, cuando España entró en crisis, Sevilla se vio incluso más afectada que Madrid. Era una ciudad que luchaba contra sus primeras epidemias (1600 – 1601) y con Miguel de Cervantes preso en la Cárcel Real. Sevilla fue la urbe de los excesos. Sevilla perdía población, tendencia que se agravó de forma definitiva con la peste de 1649, la más terrible epidemia que sufrió la ciudad en toda su historia. Murió casi la mitad de la población. En el año 1591, Sevilla tendría unos 140.000 habitantes, la cuarta ciudad más poblada de Europa tras Londres, París y Nápoles. A partir de esta fecha, el crecimiento de la población se estancó y desde comienzos del XVII se inició el declive. La mayor incidencia tiene lugar en 1649, con la gran epidemia de peste. El número aproximado de víctimas fue de 60.000 personas. En el siglo XVII aumentó el interés por reprimir los delitos contra la moralidad, poniéndose trabas a la mancebía, repartiéndose la prostitución por toda la ciudad. Sin embargo, la prostitución continuó, quizás de forma más peligrosa al no estar controlada. Práctica muy perseguida fue la sodomía, castigada con pena de muerte. En el siglo XVII Sevilla seguía teniendo gran cantidad de esclavos, al menos en la primera mitad del siglo. En España, estas personas eran usadas más bien como personal de servicio cuya posesión daba cierto prestigio social. Todas las ejecuciones eran públicas para que sirvieran de ejemplo a la población. Fue la gran época de la escultura y pintura sevillanas. La pervivencia de la muerte provocó que el crecimiento estructural de la ciudad se manifestara en los arrabales, especialmente el de Triana[2].

La sociedad sevillana en el siglo XVI

Sevilla proporcionó un refugio a los asimilados y desclasados, y un favorable ambiente para el enriquecimiento y la ascensión social de los conversos y plebeyos. Un grupo de familias aristocráticas de comerciantes de ascendencia plebeya y conversa llegó a dominar el comercio transatlántico, así como la vida política, religiosa y cultural de Sevilla en este período. Sirvientes y esclavos eran especialmente numerosos en Sevilla. Las enfermedades epidémicas fueron especialmente virulentas durante las dos primeras décadas del siglo. En 1524, la ciudad fue asolada por otra pestilencia, que los contemporáneos consideraron como el más grande contagio nunca visto. El gran ascenso de la población sevillana empezó en 1540 y llegó a la cumbre en la década de 1580. Tras la peste de 1599 – 1601 empezó un lento pero regular declive. Las clases más ricas seguían viviendo en la tradicional parte sur. Cervantes acertó cuando dijo que Sevilla era “amparo de pobres y refugio de desechados”. Se daba también un continuo flujo de campesinos sin tierra desde los campos a Sevilla. Estos campesinos componían las hordas de mendigos y desocupados que vagaban por las calles en busca de comida y que, con frecuencia, no se podían distinguir de los abundantes elementos criminales. Aunque el apiñamiento, la suciedad y la escasez alimenticia motivaban los altos índices de mortalidad y se convertían en catastróficos en las epidemias, la fertilidad parece haber sido alta. Las mismas condiciones de apiñamiento de la vida ciudadana parecen haber alentado una mayor frecuencia de matrimonios y un aumento de la ilegitimidad. El punto esencial parece haber sido la peste de 1599 – 1601. En el siglo XVI, la sociedad sevillana sufrió una profunda transformación. Los comerciantes ennoblecidos, o la nueva nobleza, ocuparon su lugar al lado de la vieja nobleza y, mediante el matrimonio y los vínculos de intereses, ambos grupos se fusionaron para formar, a finales de siglo, una clase social compacta: la nueva élite gobernante de la ciudad. A finales del siglo XV, gran parte de la riqueza de los magnates fue a parar a la construcción de magníficos palacios. Una de las más destacadas de estas residencias ducales fue la Casa de Pilatos. Además de dedicarse a trabajos intelectuales y a ejercer el mecenazgo cultural, los magnates sevillanos participaban activamente en la política municipal. Juan de Jáuregui y Aguilar (1583 – 1641) nació en Sevilla y estudió en Roma en su juventud. Alrededor de 1610 volvió a España con reputación de pintor y de poeta. Era amigo de Cervantes, cuyo retrato pintó. Los eclesiásticos conversos formaron una parte importante de la Iglesia sevillana en el siglo XVI. También había algunos extranjeros españolizados: genoveses, flamencos y napolitanos. El colegio jesuita de San Hermenegildo fue probablemente la mayor escuela de su tipo en España durante el siglo XVI. Era también el más prestigioso de Sevilla y en él se encontraban los hijos de la nobleza y de los comerciantes ricos que describe Cervantes en El coloquio de los perros. Otra orden religiosa que atraía a muchos comerciantes era la de los jerónimos, también debido principalmente a su orientación intelectual. No es sorprendente que el monasterio de San Isidoro del Campo de jerónimos se convirtiera en un refugio de cristianos nuevos y que en el siglo XVI fuera el centro clandestino del protestantismo en Sevilla. Aparte del clero, la clase de profesionales de Sevilla estaba formada por hombres de leyes, médicos y notarios. Muchos de los profesionales eran de origen converso. Esto es especialmente cierto en la medicina. Los médicos eran más numerosos en Sevilla que en cualquier otra ciudad de España. El Ayuntamiento también empleaba un experto en medicina en la cárcel de la ciudad y a otro en la mancebía pública oficialmente permitida, para cuidar de la salud de las mujeres de este lugar. En los tiempos de peste, se suponía que los médicos debían trabajar juntamente con las autoridades municipales. La ley municipal les exigía permanecer en su ciudad cuidando a los afectados en los hospitales dedicados a los enfermos de la peste y sus casas particulares. Les pagaban por sus servicios, pero la generosidad del Ayuntamiento apenas compensaba de los peligros que corrían. La frecuencia de las enfermedades epidémicas en el siglo XVI hacía que la profesión fuera muy azarosa. Los médicos, con frecuencia, morían prematuramente durante estas epidemias. Además de cuidar a los apestados, los médicos asesoraban al municipio en lo concerniente a las medidas de prevención contra la extensión de la enfermedad y para disminuir su impacto. Entre las medidas colectivas que aconsejaron se contaba limpiar todas las calles y lugares públicos, el embargo de mercancías y personas procedentes de las zonas infectadas por la peste, el aislamiento de todos los afectados en hospitales especialmente designados, la destrucción de la ropa de las víctimas de la enfermedad y la quema de plantas aromáticas en varias partes de la ciudad para purificar el aire. Las personas podían contener la infección mediante una combinación de dietas especiales, pomadas y “emanaciones”. Los médicos tenían poco prestigio social y eran, a menudo, objeto de la crítica popular. Incluso Mateo Alemán y Cervantes usaron duras palabras contra ellos. En El Quijote, Cervantes trazó una de las mejores caricaturas de un médico del siglo XVI. Médicos como el doctor Monardes representaban la élite de su profesión. Poseían títulos universitarios y ejercían sobre todo entre las clases más ricas. Los mercaderes estaban continuamente tratando de escalar para formar parte de la nobleza. Los hijos de los mercaderes en el Coloquio de los perros asistían a la prestigiosa academia jesuita de San Hermenegildo. Varios hospitales y asilos, abundantes en Sevilla, acogían huérfanos, ancianos y enfermos pobres. Los trabajadores formaban la mayor parte de la población sevillana en el siglo XVI. La naturaleza aristocrática de la sociedad española y la ignominiosa posición social de las clases trabajadoras se vio muy claramente en la literatura de la época. Cuando se menciona a los trabajadores en las novelas contemporáneas, es normalmente en forma desdeñosa y satírica. El fracaso de las cosechas producía una desastrosa escasez de alimentos en las ciudades, Era raro el año en que no hubiera una escasez grave de trigo en Sevilla. La situación se hizo más crítica con el crecimiento demográfico de la ciudad en el curso del siglo XVI. Las calles de la ciudad estaban repletas de mendigos, vagabundos y desocupados. Mendigar, robar y dedicarse a la prostitución eran sus únicos medios de ganarse la vida. Los criados de los ricos y de los nobles compartían el prestigio de sus amos. El porcentaje de nacimientos en aquel período era elevado, pero la expectativa de vida baja. La peste de 1599 – 1601 debió atacar a los moriscos con gran furia, debido a las condiciones de apiñamiento e insalubridad en que vivían. Esta epidemia hizo estragos, sobre todo, en Triana y varios otros distritos en donde se aglomeraban. La expulsión, que llegó diez años después de la gran peste de 1599 – 1601, aceleró la crisis demográfica con que se enfrentaba la ciudad en aquellos momentos. En el siglo XVI, los esclavos negros, moros y moriscos componían una parte importante de la población de Sevilla. En general, había más esclavas que esclavos. Sevilla en el siglo XVI tenía la mayor comunidad de esclavos en España. La mayor parte de los esclavos en Sevilla parecen haber sido negros. Vagabundos, mendigos, pícaros, rufianes, prostitutas y ladrones fueron abundantes en la Sevilla del siglo XVI, donde representan un grupo organizado con su lenguaje propio (germanía) y un amplio número de métodos y tradiciones bien definidos. Con una gran población y un Ayuntamiento excesivamente blando y corrompido, la ciudad estaba llena de toda clase de elementos indeseables. La jerga de los ladrones era usada a través de toda la ciudad, y todo el mundo iba armado para protegerse. Cervantes y otros escritores del Siglo de Oro describieron en vívidos tonos las pintorescas individualidades que ocupaban los lugares más bajos de la sociedad sevillana de la época. Además de los vagabundos y mendigos, Sevilla tenía una clase de criminales profesionales que eran más numerosos que en ninguna otra ciudad de España en aquel tiempo. Los más típicos representantes de este grupo eran los rufianes o matones, de los cuales los más bajos eran malhechores a sueldo y asesinos profesionales. Su principal actividad consistía en infligir castigos mediante pago. Los rufianes también actuaban como alcahuetes y vivían de los ingresos de las prostitutas. Los matones sevillanos eran muy conocidos por su valor y arrogancia. A pesar de su notoriedad y bravura, los rufianes representaban en el centro solitario un pequeño grupo dentro de las filas del hampa, porque la mayoría de los criminales de Sevilla eran ladrones. Tanto ladrones como rufianes pertenecían a las llamadas cofradías de ladrones, una de las cuales, presidida por Monipodio, fue vívidamente descrita por Cervantes en Rinconete y Cortadillo. Se dividía todo botín. Los ladrones y matones tenían varios lugares de reunión en el centro de la ciudad. Como los santuarios, la cárcel de la ciudad servía como refugio para criminales y base para sus operaciones. La cárcel real de Sevilla era famosa en toda España por su gran número de presos y la variedad de sus crímenes. Se jugaba desde la mañana hasta la noche; eran corrientes entre los internados peleas, cuchilladas y robos. El Arenal era casi un auténtico barrio criminal. Allí estaba la mancebía sevillana, el Compás, que dio su nombre al barrio entero. El número de mujeres casadas es sorprendente. Algunas mujeres ejercían veinte o más años. La administración del reformador conde de Puñonrostro (1597 – 1599) ilustra ampliamente sobre las limitaciones del sistema. Con la marcha del conde de Puñonrostro volvió el estado normal de desorden y confusión[3].

La aportación científica que se atribuía a Nicolás Monardes (1508? – 1588) era haber sido el primer médico europeo en demostrar la utilidad de algunos remedios medicinales de origen vegetal provenientes de América. Monardes fue sobre todo y ante todo un médico de Sevilla. Nació en Sevilla y en esa ciudad ejerció la medicina durante más de medio siglo, desde 1533 hasta la fecha de su muerte, en 1588. En su práctica médica, igual se contemplaba la experimentación de la acción de los medicamentos que trataba de estudiar como la inspección de epidemias a cargo del municipio. Su trabajo consistía en la atención de presos inquisitoriales, igual que a familias poderosas del mundo político, religioso o cultural de Sevilla. El guayaco era un maravilloso árbol procedente de la isla Española, cuya madera permitía elaborar un agua medicinal que curaba a los afectados por el terrible mal de las bubas. En 1586 hizo un informe por encargo de las autoridades sobre la peste que asolaba la ciudad[4].

    Francisco de Castro se ocupaba especialmente de aquellas pobres mujeres y las curaba de sus llagas porque eran un gran cirujano. Son también la causa de que mucha gente del campo anduviese llena de bubas y los hospitales repletos de llagados. En las casas públicas tenía que visitarlas cada semana el cirujano y comprobar que estaban sanas, y si no las echaban de allí. La cárcel de Sevilla era grande en todo, no solo por la especialidad del lugar y por la cantidad de presos, sino también por la calidad de los apresados, tanto por ser normalmente sus delitos de marca mayor, como por abundar los presos muy nobles de grandes linajes[5].

El sexo en la España de la época

La hermosura como obligada compañera del amor es una constante en Cervantes, con la excepción de Isabela. Pero Isabela va cambiando. El amor despreciado puede llevar al odio por la persona antes deseada. Las bodas, en general, se arreglaban entre los padres de los futuros contrayentes. El matrimonio desigual en cuanto a la edad tenía sus peligros de engaño marital, como demostró la historia de El celoso extremeño. La gente del Siglo de Oro moría joven, pero también empezaba su vida bien temprano. Catorce años tenía Isabela, protagonista de La española inglesa. Quince Constanza en La ilustre fregona. Pero tener más de treinta años significaba en las mujeres del Siglo de Oro decir adiós al amor. Del desgaste natural de un matrimonio al cabo de los años contó Cervantes en su entremés El juez de los divorcios. Existía la homosexualidad masculina, por perseguida que estuviese. El castigo era la muerte. En general, se trataba de gente de alta sociedad[6].

El mismo Cervantes describe como nadie las malas consecuencias que trazan los enlaces de las jovencitas con los viejos achacosos. La atonía y grisura en la vida sexual dentro del matrimonio debía ser lo imperante. Entre los nobles era muy común que tuvieran una manceba, aunque estuvieran casados. En ocasiones, los hijos bastardos se criaban en su propia casa con los legítimos. La mancha en el honor únicamente se lavaba con sangre. La sociedad española del Siglo de Oro era extremadamente homófoba. Eran las mancebías de titularidad pública, y la Administración solía asignarlas, mediante arriendo, a algún hombre principal, que generalmente ponía en su custodia a un individuo de su confianza, que según sexo era denominado padre o madre, como se observa en la obra cervantina. El padre, o la madre, tenía pleno poder sobre las rameras y se encargaba de su manutención. La mancebía, llamada del Compás de La Laguna, estaba situada cerca del puerto, en la zona baja de la ciudad. Lindaba este barrio de placeres con la antigua muralla, donde un postigo daba paso al célebre Arenal, y por otro lado con las casas de vecinos de la ciudad. Esta mancebía tenía la particularidad de estar formada por muchas covachuelas o tabucos, denominados boticas. Hubo varios intentos de erradicar la prostitución de este barrio, alguno muy serio encabezado por el jesuita padre León, cuya orden abogaba por la supresión de las mancebías. Todo estaba bajo el control de la alcahueta, que actuaba como director de la casa de citas. La enfermedad más temida era la sífilis, o mal francés[7].

Otra consecuencia del libertinaje era la abundancia de enfermedades venéreas. La relajación conyugal era más frecuente por parte de la mujer en los matrimonios de actores. Las rameras gustaban de habitar preferentemente en poblaciones que tuvieran universidad o puerto, pues allí era más numerosa y fácil su parroquia. El Compás de Sevilla ocupaba un lugar bajo, donde se estancaban las aguas de lluvia, por lo que se llamó a tal sitio Compás de la Laguna, nombre que llevó la principal vía construida en su recinto. Por un lado, lindaba con la antigua muralla, donde un postigo daba al célebre Arenal. Parece que bajo Felipe IV llegó a cerrarse la famosa mancebía sevillana. Al prohibirse los burdeles públicos, surgieron los clandestinos, con riesgos mayores[8].

Miguel de Cervantes, en Sevilla

La Sevilla que va de 1564 a 1600 o 1601 es la que, al parecer, conoció en estancias sucesivas Cervantes. Cervantes residió en Sevilla de mozo y ya de cuarentón, y años después, con algunos intervalos, entre 1585 y 1600 o 1601. La ciudad por donde anduvo o pudo andar Cervantes remite prácticamente a todo el largo reinado de Felipe II. Este coincide también con el ascenso espectacular de Sevilla a la cumbre de su pujanza social y económica. En 1599 se declaró una de las periódicas experiencias de peste que tan rigurosamente se ensañaron con Sevilla y que también produjo numerosas víctimas. Transitar por la mayoría de las calles sevillanas a pie suponía, aparte de la repugnancia de ir chapoteando entre desperdicios fermentados, un riesgo evidente, pues no es nada raro toparse con malhechores de la “infame academia”, como también llamó Cervantes a los discípulos de Monipodio. El carruaje o caballería era el modo de transporte usual en los grupos sociales de algún relieve. Aparte del Arenal, había otros distintos núcleos urbanos de máxima afluencia de público. En primer lugar, las gradas. No en vano, Cervantes eligió este lugar como uno de los escenarios más idóneos para centrar sus magistrales exploraciones en la vida y milagros del hampa sevillana. La capital hispalense era el centro de la región más poblada de la península. Junto a ese magistral cronista literario de la realidad social sevillana que fue Cervantes, la casi totalidad de las novelas picarescas abundan en citas y reflexiones en torno al puerto fluvial de Sevilla. Sevilla pasa a ser entonces la ciudad más cara de España. La marginación, la esclavitud, la delincuencia, la mendicidad proliferan en Sevilla. Entre 1599 y 1602 la peste, importada al parecer por la tripulación de un navío que venía de Portugal, marca el primer síntoma declinante de la población. Hubo casos de heroísmo por parte de algunos médicos y frailes. La importancia de la nobleza sevillana en el gobierno de la ciudad fue evidente. Hubo médicos y botánicos muy acreditados que incluso dejaron obras científicas o misceláneas de muy considerable interés. Los autos de fe se celebraban preferentemente en la plaza de San Francisco. A los relajados, una vez transferidos al brazo secular, los transportaban al quemadero de Tablada, un paraje aledaño al Arenal. El rastro que dejó la ciudad en la vida y la obra de Cervantes fue intenso. En El celoso extremeño y en Rinconete y Cortadillo se establecen valiosas y abundantes informaciones de primera mano sobre la vida sevillana, en especial del hampa. Tan distintas y veraces experiencias se perfilaban a partir de 1585, cuando ya aparece suficientemente atestiguada la presencia de Cervantes en la capital andaluza. Las Novelas Ejemplares fueron publicadas bastantes años después (1613) de que su autor abandonara Sevilla. Pero es más que probable que, al menos las vinculadas temáticamente a la capital hispalense, fuesen redactadas o esbozadas al final de la estancia del novelista en la ciudad o a poco de abandonarla. En 1597, Cervantes ingresó en la cárcel de Sevilla a mediados de septiembre. Situada en un flanco de la plaza de San Francisco, hacia el arranque actual de la calle Sierpes, esa famosa cárcel contó con inquilinos como Miguel de Cervantes, Mateo Alemán, Alonso Cano o Martínez Montañés. Cervantes estuvo encerrado unos tres meses, entre septiembre y diciembre de 1597. Mateo Alemán estuvo preso por los mismos motivos que Cervantes: deudas. Rinconete y Cortadillo puede servir de referencia para conocer la organización interna del hampa sevillana. Hubo asistentes que fomentaron una labor policíaca implacable y cruel, como Francisco Asís de Bobadilla, conde de Puñoenrostro, que llegó a máxima autoridad de Sevilla en 1597, el mismo año en que encarcelaron a Cervantes. La obra cervantina vinculada a estos aspectos testimoniales incluye Rinconete y Cortadillo, El coloquio de los perros, La ilustre fregona o El rufián dichoso. Hay que recordar otros textos literarios como las Aventuras del bachiller Trapaza y La garduña de Sevilla,de Castillo Solórzano. Los garitos, los figones, los burdeles, las posadas ínfimas, las ventas de las afueras, las tienduchas de las barbacanas, constituían lugares de reunión preferidos. Cervantes frecuentó los corrales sevillanos de comedias en su época más floreciente. El más famoso de estos innumerables mesones sevillanos fue el que poseía en la calle Bayona Tomás Gutiérrez, el mejor amigo y valedor que tuvo Cervantes en la capital andaluza. Allí se hospedó el autor del Quijote y allí debió de compartir con el antiguo cómico sus primeros reveses y desventuras. Cervantes murió en 1616[9].

La vida del genial escritor estuvo señalada por los sucesivos viajes, en los que no fueron pocas las frustraciones y las desdichas. Écija fue el centro de operaciones del escritor, pues aquí fijó su residencia para trasladarse al resto de localidades sevillanas y cordobesas. Visitó Cervantes las villas de Carmona, Osuna, Estepa y Marchena. Desde el inicio de su oficio, sufrió las complicaciones propias de los desplazamientos de la época y enfrentamientos con el clero y, sobre todo, con los terratenientes y campesinos, que se resistían a perder el fruto de sus cosechas. Las acusaciones y persecuciones promovidas entonces lo llevaron a la cárcel y a la excomunión por el Cabildo de Sevilla y su provincia al confiscar trigo a los canónigos en Écija. Actuando como recaudador de impuestos por Sevilla y su provincia, visitaría nuevamente pueblos como Carmona, Osuna, Arahal, Morón de la Frontera, la Puebla de Cazalla, Marchena, Paradas y Utrera para reunir provisiones de trigo y cebada con los que se elaboraba el pan que abastecía a los galeones de la Carrera de Indias atracados en el puerto sevillano. La sucesión de deudas y otros asuntos complejos en los que se vio envuelto provocaron su ingreso en la Cárcel Real de Sevilla en 1597. A principios de 1598, salía de la cárcel de Sevilla. Cervantes recreó lugares de Sevilla en sus Novelas ejemplares, mencionó las blancas roscas de Utrera, ironizó sobre la Universidad de Osuna, referenció a Marchena en una fórmula de El Quijote, donde también exaltó las perdices de Morón. Rinconete y Cortadillo retrata el submundo sevillano de pícaros y hampones. Llegó en 1586 para desempeñar el cargo de recaudador de impuestos. Cervantes se encontró entonces una gran ciudad amurallada con un importante arrabal, Triana, comunicado mediante el puente y barcas. La silueta de la urbe estaba definida por el recién concluido campanario de la catedral, la Giralda. La Carmona cervantina era una fastuosa villa. En 1593, Miguel de Cervantes apareció en Utrera. La Utrera del siglo XVI era una villa caracterizada por la notable presencia religiosa, que ocupaba los grandes edificios. Morón de la Frontera fue uno de los pueblos que visitó Cervantes en febrero de 1593. El siglo XVI fue uno de los períodos más boyantes de la historia de Morón de la Frontera y así lo evidencian las grandes construcciones de conventos, iglesias, palacios y otras edificaciones civiles que se levantaron en este momento. En esta época, la villa mantenía su carácter fortificado con la presencia de murallas y el castillo de época musulmana. Desde principios del siglo XVI, ya contaba Arahal con su Concejo propio. Consta que la localidad estuvo en el punto de mira de la ruta iniciada por Miguel de Cervantes en 1592 y 1593. En 1588 y 1593, Miguel de Cervantes recae en el municipio de Paradas, muy próximo a Arahal y Marchena. Fueron dos las ocasiones en las que el escritor se personó en la localidad, aportaciones que fueron indispensables para el abastecimiento de la flota del rey. Hasta en cuatro ocasiones está documentada la presencia de Miguel de Cervantes en Marchena ejerciendo las labores de recaudador de trigo y aceite al servicio del rey. La villa señorial que conoció Miguel de Cervantes en sus visitas era una importante población amurallada. La Puebla de Cazalla conserva de aquella época el Pósito Municipal, construcción conocida por el propio Cervantes. Osuna no quedó muy bien parada en la pluma de Cervantes, que la cita en El Quijote en varias ocasiones, cuestionando la validez académica de los títulos que se conseguían en su Universidad. Cervantes visitó Osuna en el momento en que la villa vivía su época de magnificencia. Miguel de Cervantes llegó a Estepa el 15 de octubre de 1591. El núcleo importante se asentaba en el recinto fortificado del castillo. Écija fue un lugar clave en la vida del escritor desde 1587. Aquí fijó su residencia y estableció su centro de operaciones. El primer problema fue la excomunión del Cabildo de Sevilla al requisar bienes de la Iglesia. El concejo también se opuso a los embargos y las presiones por los impagos se acrecentaron contra Cervantes. La gestión de Cervantes fue puesta en duda y, finalmente, el corregidor ecijano, Francisco de Moscoso, firmó la sentencia que llevó al escritor a la cárcel de Castro del Río, siendo puesto en libertad a los pocos días. A finales del siglo XVI, Écija era de las ciudades más ricas de Andalucía, lo que se tradujo en una importante arquitectura civil[10].

En 1587, Cervantes aceptó una comisión para abastecer de manera extraordinaria los galeones que participarían en la Armada Invencible. Desde 1587 hasta 1594, Miguel de Cervantes se hará cargo de varias comisiones como comisario real de abastos. Tomás Gutiérrez, antiguo comediante que regentaba uno de los mesones más famosos de Sevilla, está muy relacionado con la estancia sevillana de Cervantes. Durante el siglo XVI, se fortalecen las leyes para impedir la libre circulación de los libros impresos en Europa. Serán estos los años de la aparición de la novela picaresca. Fue Sevilla la ciudad hispánica donde más corrales de comedias se abrieron. Su vida dará un giro y le llevará a Castro del Río, comenzando así su periplo por las cárceles sevillanas. La imprenta que va a conocer Cervantes es una industria en decadencia en suelo hispánico. Miguel de Cervantes comenzó a trabajar en septiembre de 1587 como comisario real de abastos. Se hace necesario reforzar el número de comisarios para hacer frente a las nuevas comisiones de sacas de trigo, cebada y aceite. Hay que tener en cuenta el estado ruinoso en que vivía el campo andaluz debido a las malas cosechas de los últimos años. Cervantes llevó a cabo distintas comisiones por tierras andaluzas desde 1587 hasta 1591, a las que se suma posteriormente su puesto de recaudador de impuestos atrasados. El 17 de septiembre de 1587 comienza el comisario Miguel de Cervantes su primera comisión en Écija, que le llevará hasta el 28 de diciembre de este año a pasar largas temporadas en esta ciudad, así como en otras poblaciones de Córdoba. El retraso en el pago, antes que los precios negociados siempre por debajo del precio de mercado, es una de las razones que convierte a los comisarios en algunos de los más odiados y temidos representantes del rey. Las visitas de Cervantes a Écija se sucedieron a lo largo de 1588 y 1589. Las relaciones nunca fueron buenas. No se librará Cervantes de las acusaciones de mala gestión, de cuentas que no cuadraban, de las excomuniones o de la petición de rendir cuentas, que le llevarán a conocer alguna cárcel por dentro, como la Cárcel Real de Sevilla. Las primeras sacas de Écija le perseguirán durante buena parte de su vida. Muchos de sus recuerdos gozarán de una visión literaria. Podemos citar sus pasos como comisario real de abastos por diferentes poblaciones de Andalucía desde septiembre de 1587 hasta febrero de 1594. Desde mediados de septiembre de 1587 hasta el 4 de abril de 1589, podemos situar a Cervantes en Écija. Del 14 de septiembre al 4 de noviembre de 1588, le será asignada la saca de aceite en Marchena. Un complejo entramado que se complica por diferentes actividades económicas a las que deberá hacer frente por el pago tarde y mal del salario establecido por su trabajo. A Miguel de Cervantes le asignaron varias comisiones, desde 1587 a 1594, para la saca de trigo, cebada o aceite, que le llevarán por varios pueblos de Andalucía. Después de estas comisiones y de la espera de ir cobrando los sueldos atrasados, Cervantes sigue en Sevilla con sus negocios de agente. En el verano de 1594, Cervantes comienza una nueva etapa profesional con las cuentas reales: deja su puesto de comisario real de abastos para iniciar (y terminar) su carrera de recaudador de impuestos atrasados, que conlleva un mejor sueldo, pero que también resultó más peligrosa. La realidad pasa por el tamiz de la sátira en la pluma cervantina. Cervantes estuvo preso en la Cárcel Real de Sevilla desde septiembre de 1597 hasta primeros de abril de 1598. La cárcel, convertida en un negocio, adapta sus reglas y espacios a la capacidad económica de los reclusos, donde todo se vende y todo se puede comprar. Dependía del recluso desde la comida al lecho donde dormía o el lugar donde era confinado. Desde 1596 hasta los primeros años del siglo XVII, Cervantes permanece en Sevilla. Cervantes trata múltiples negocios por estos años en Sevilla. Valladolid fue Corte entre 1601 y 1606. Comienza el siglo XVII Cervantes en Valladolid. Su época de plenitud comienza realmente en 1613 con la publicación de las Novelas ejemplares[11].

En Rinconete y Cortadillo, los dos jovenzuelos repararán en la distancia moral que los extraña de las gentes de Monipodio. La mafia sevillana estaba destinada a engrosar la cadena de condenados a galeras. La narración termina de forma abrupta: Cervantes tiene prisa en deshacerse de sus personajes, y lo hace con la afirmación dogmática de su bondad natural[12].

La novela Rinconete y Cortadillo pone en escena a lectores, lectores de relatos picarescos en particular, y esos textos van a constituir todo el motor de la acción. El libro y la lectura representan en realidad el motivo central de la novela. Cervantes ha leído relatos picarescos, los dos protagonistas los han leído también, y el texto, más que la picaresca, nos habla de lecturas picarescas y, de modo más amplio, de lectura y de lectores. Rinconete y Cortadillo se dirigen hacia Sevilla y entran en ella porque han leído libros que la imponían como un decorado imprescindible. Van hacia el escenario indicado en los libros, los cuales son sus guías de viaje. Gracias a la lectura, gracias a su lectura de relatos picarescos, los dos protagonistas descubren mundos extraños, se aventuran lejos de sus casas. Y lo hacen de manera lúdica. Los dos jóvenes se deleitan, se hacen pícaros para divertirse. Aquí, los dos personajes entran en el mundo miserable de los ladrones, real y contemporáneo. Y lo interesante es que la lectura de los relatos picarescos, textos a menudo duros, pesimistas, les van a permitir una aproximación claramente alegre y estimulante de la realidad. Muy significativa es la presencia de la ironía en la novela. Si en el Quijote aparecían los peligros de la lectura, aparecen aquí los placeres que genera. Las andanzas de Rinconete y Cortadillo representan una iniciación, una iniciación a la edad adulta[13].

El protagonista de la novela picaresca, que pertenece a un estado social muy bajo, utiliza la astucia para subir de nivel social y es capaz de recurrir a actos tales como la estafa y el engaño. En la picaresca cervantina se combinan los elementos de la picaresca al uso con la novela breve de origen italiano. Cervantes presenta la figura del género en algunas obras como en las novelas ejemplares (Rinconete y Cortadillo, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros) y en el Quijote. Hay cinco diferentes figuras del pícaro en las Novelas ejemplares: Rinconete y Cortadillo, el alférez Campuzano, Berganza y Cipión. En Rinconete y Cortadillo se cuenta la historia de dos muchachos que se han escapado de sus viviendas en el camino hacia Sevilla. Rinconete sabe leer y escribir y es muy inteligente. Esta novela cuenta la historia de dos muchachos que se han escapado de sus viviendas en el camino hacia Sevilla. Esta amistad genera, de manera picaresca, una serie de aventuras que, animadas entre estafa y líos, se interrumpen y abren el pasaje a la vida libre de la pareja en la casa de Monipodio, cuartel general del hampa en Sevilla. Se trata de una sociedad que convive con la otra sociedad civil y se pone de acuerdo en una serie de normas y reglamentos. Esta novela describe la España de comienzos del siglo XVII, donde todo se concentra en el paisaje urbano y humano de Sevilla. Cervantes refleja su experiencia personal. Los años en los que se ambienta la historia son entre 1587 y 1604, cuando Cervantes vivía en Valladolid. Cipión y Berganza representa una nueva novela picaresca. Berganza confiesa haber nacido en Sevilla. En esta novela, la acción se desarrolla en el hospital de la Resurrección, en Valladolid. El pícaro cervantino no responde a la estructura narrativa propia de las novelas picarescas, puesto que a menudo en sus obras encontramos a dos personajes picarescos. Los protagonistas se apoyan y ayudan recíprocamente. Además, dan un ejemplo moral a lo largo de la obra criticando la falta de libertad, la falsa piedad, y al final aparece el deseo de rehabilitarse y regresar a la vida de siempre. Rinconete y Cortadillo son dos muchachos inteligentes que, a través de su sabiduría, consiguen manipular el pensamiento del gran Monipodio y, sobre todo, a las personas menos cultas[14].

Como respuesta a su celo en el embargo de trigo y cebada a las iglesias de Écija, el vicario general del Arzobispo de Sevilla dictó sentencia de excomunión para él. Entre enero y abril de 1589 pasó la mayor parte de su tiempo entre Écija y Sevilla. Su rastro reaparece el 12 de febrero de 1590 en Carmona. De vuelta a Sevilla, empezaron las complicaciones que le llevaron, por culpa de un abuso de poder del juez Vallejo, a dar con sus huesos en la Cárcel Real de Sevilla. Cabe mencionar al jesuita padre Pedro de León, que fue capellán de la Cárcel Real en el momento en que Cervantes estuvo preso en ella. Había sido comisionado para requisar el trigo y el aceite destinados a la nueva armada proyectada por Felipe II después del desastre de la Invencible. El 18 de octubre de 1593 se fue otra vez a Sevilla para continuar con su trabajo de recaudador de impuestos. Entre las ciudades españolas elegidas por Cervantes como marco de sus ficciones, Sevilla fue la que mayor huella dejó en su vida y su obra. Sevilla siempre fue punto de partida y punto de referencia de sus complicados desplazamientos. Los innumerables recorridos que realizó por toda Andalucía durante estos años implicaron una existencia andariega, llena de complicaciones y dificultades, pero le permitieron acumular una suma de observaciones y experiencias que, más tarde, se fundirían en las Novelas ejemplares y el Quijote. Sevilla alcanzaba entonces los 150.000 habitantes. Al autor de las Novelas ejemplares debemos el cuadro más vívido que hay del hampa sevillana. También se han asignado a esta época dos de las novelas ejemplares, Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño[15].

Rinconete y Cortadillo fue llevado a la pequeña pantalla en 1968 por Basilio Martín Patino, pero antes tuvo otra experiencia cervantina con La ruta de Don Quijote, cuyo guion escribió. Azorín le pidió el guion para trabajarlo por su cuenta. El proyecto no llegó a plasmarse en cine. En cuanto a Rinconete y Cortadillo, Patino tuvo la suerte de tener como profesor de Letras a Lázaro Carreter, que le enseñó a valorar la picaresca como el más fiel retrato de su época, en este caso el hampa de la Sevilla de finales del XVI, en pleno proceso ya de decadencia. Dentro de su evidente intención satírica, Cervantes era veraz y no exageraba, según nos lo asegura Luis de Zapata al describir cómo eran las cofradías de ladrones y su organización. O retratos increíbles, como el del capitán Contreras. Patino escribió el guion siguiendo la técnica cinematográfica de Cervantes: extraer de lo cotidiano la materia artística. Cervantes hace esta aportación adentrándose en el hampa con la que había convivido, recluido en la cárcel. Y lo describe con más humor que tristeza: antihéroes, mendigos, ladrones, borrachos. Arropado en la dirección por José Luis García Sánchez y Bernardo Fernández, Patino recurrió al actor Agustín García Calvo, catedrático entonces expulsado de la Universidad. Alfonso Guerra les ayudó también. Miguel Picazo realizó en 1971 otra versión de Rinconete y Cortadillo[16].

El guion de Picazo y López Yubero cojea, sobre todo, en el arranque: encuentro de dos pícaros y primeras bribonadas en comandita. Pero con la llegada a Sevilla de Rincón y Cortado la obra adquiere otro aire. Los contactos con el hampa sevillana y toda la ceremonia de ingreso en la Cofradía de Monipodio son los momentos cumbres. Picazo acentuó la intención crítica del texto cervantino. Pero Rinconete y Cortadillo apasiona por la excelente dirección de Picazo. Picazo falló en uno de sus puntos fuertes: la dirección de actores. Picazo tuvo que asumir el papel de Monipodio por necesidad[17].

El telefilme Cervantes fue una superproducción de 1981 dirigida por Alfonso Ungría. Fueron necesarios tres años de trabajo y casi dos años para escribir el guion, obra de Daniel Sueiro, Isaac Montero, Manuel Matji y Eugenio Martín, con la supervisión de Camilo José Cela. La acción del telefilme transcurre a lo largo de 47 años. Los guionistas tuvieron que someterse a una rigurosa reconstrucción histórica. El telefilme es un largo flash – back sobre la vida del escritor a partir de los testimonios de quienes le conocieron y tal como lo relatan al licenciado[18].


[1] BETRAN MOYA, José Luis: Historia de las epidemias en España y sus colonias (1348 – 1919).   Madrid: La Esfera de los Libros, 2006.

[2] ROLDÁN SALGUEIRO, Manuel Jesús: Historia de Sevilla.   4ª ed.   S.l.: Almuzara, 2014.

[3] PIKE, Ruth: Aristócratas y comerciantes. La sociedad sevillana en el siglo XVI.    Barcelona: Ariel, 1978.

[4] PARDO TOMÁS, José: Oviedo, Monardes, Hernández. El tesoro natural de América. Colonialismo y ciencia en el siglo XVI.   Tres Cantos: Nivola, 2002.

[5] LEÓN, Padre Pedro de: La mala vida en la Sevilla de 1600. Memorias secretas de un jesuita 1575 – 1610.   Ed. de Bernardo Fernández.   Sevilla: Renacimiento, 2020.

[6] DÍAZ – PLAJA, Fernando: La vida amorosa en el Siglo de Oro.   Madrid: Temas de Hoy, 1996.

[7] LÓPEZ GUTIÉRREZ, Luciano: Amor y sexo en el Siglo de Oro.   Madrid: Abada, 2019.

[8] DELEITO Y PIÑUELA, José: El desenfreno erótico.   Madrid: Alianza, 1995.

[9] DELEITO Y PIÑUELA, José: El desenfreno erótico.   Madrid: Alianza, 1995.

[10] Cervantes en Sevilla y su provincia.   Sevilla: Prodetur, 2016.

[11] LUCÍA MEGÍAS, José Manuel: La madurez de Cervantes. Una vida en la Corte (1580 – 1604).  Madrid: EDAF, 2016.

[12] GARCÍA LÓPEZ, Jorge: “Rinconete y Cortadillo y la novela picaresca”, en Cervantes. Bulletin of the Cervantes Society of America, Vol. XIX, nº 2, 1999.

[13] PEYREBONNE, Nathalie: “Rinconete y Cortadillo, leer y ser leído, y sin peligro” en SAGASTUME, Jorge R.G. (ed.): Cervantes novelador. Las Novelas ejemplares cuatrocientos años después.   Málaga: Fundación Málaga, 2014.

[14] AUCIELLO, Antonello: El pícaro cervantino.   Bari: Università degli Studi di Bari Aldo Moro, 2016 – 2017.

[15] CANAVAGGIO, Jean: Diccionario Cervantes.   Madrid: Centro de Estudios Europa Hispánica, 2020.

[16] MARTÍN PATINO, Basilio: “Dos experiencias cervantinas” en Cervantes en imágenes. Donde se cuenta cómo el cine y la televisión evocaron su vida y su obra.   Coordinado por Emilio de la Rosa, Luis M. González y Pedro Medina.   Alcalá de Henares: Festival de Cine, 1998.

[17] PÉREZ GÓMEZ, Ángel: “Rinconete y Cortadillo”.   Ibid.

[18] PÉREZ ORNIA, José Ramón: “Cervantes, un telefilme español para la primera cadena”.   Ibid.

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