Segundo premio (ex aequo) del concurso de cartas a los Reyes Magos Café Monago

Título: Melancolía, de Andrea López Miguel


Estimados Reyes Magos:

Esta fría noche me encuentro admirando las luces de invierno desde mi ventana. Tengo que admitir que hasta yo mismo me hallo desconcertado mientras os escribo estas letras, pues hacía muchos años que no conversaba con vosotros. Concretamente, desde que encontré bajo el árbol aquella figura de Han Solo, allá por los 80. Podéis estar tranquilos, el piloto del Halcón Milenario aún descansa en algún rincón de mi desván.

Últimamente, una frase ronda por mi cabeza. “Prefiero las nubes místicas de la nostalgia antes que lo real” -no sé si conocéis a Robert Wyatt pero si no es así, os lo recomiendo-. He estado reflexionando y hace un rato, cuando espolvoreaba azúcar en el café, me he dado cuenta de que vagar por el océano de los recuerdos es lo que causa que mi corazón vuelva a latir como cuando le di la bienvenida a mi querido Han Solo. ¿Cuál es el sentido de crecer si por el camino dejamos atrás la ilusión? Ignoro si sus Majestades sufren tales dilemas.

Cuando las arrugas empiezan a surcar mi piel y mi pelo comienza a tornarse del color de la nieve, lo justo sería que el brillo de nuestros ojos no desapareciese con el pasar de los años. Si me permitís la honestidad, mi brillo se apagó hace tanto que ni me acuerdo.

Mis nubes de nostalgia están colmadas de memorias y de sensaciones, por eso disfruto perdiéndome en ese mar de nimbos, para poder ser otra vez ese niño rodeado de su familia que juega con sus regalos bajo la estrella del árbol de Navidad.
Vosotros nos acompañáis en el camino hasta que aprendemos a volar solos y ya no necesitamos historias de fantasía porque debemos chocar con la realidad de la vida adulta. Y soy consciente de que es necesario crecer y aprender, ¿pero cómo se consigue mantener la ilusión de la infancia?

Quizás le he quitado el polvo a mi vieja máquina de escribir y me he puesto a redactar esta carta porque me reconforta pensar en el pasado.

También me reconforta la certeza de que siempre viajaréis desde Oriente hasta todos los rincones del mundo para fortalecer la esperanza y los anhelos de los más pequeños.

Debo confesar que a día de hoy, los que se hacen llamar mis hijos ya no son más que unos desconocidos pues el devenir de la vida a veces trae consigo sorpresas muy desagradables. Mi memoria ya no es lo que era, por lo que los pocos momentos de lucidez de los que disfruto los aprovecho para deleitarme con las delicias de un pasado en el que podía vivir sin miedo a olvidarme de mi propio nombre al día siguiente.

Sé que hace ya décadas que soy demasiado viejo para sentarme en las rodillas de Melchor, pero permitidme formularos una petición para el próximo seis de enero. Solo deseo que me honréis con vuestra presencia en mi casa y que, como viejos amigos, compartamos un vaso de leche y unos dulces mientras charlamos sobre tiempos pasados. Soy consciente de que vivir anclado en el ayer nos distrae de lo bueno que puede traer el hoy. Sin embargo sé que vosotros, Reyes Magos, sois los únicos capaces de evocar a la chispa que tuve en otros tiempos.

Un cálido abrazo de un anciano con el corazón de un niño,


A 31 de diciembre de 2022.

–O–

Título: Una carta diferente, de Carlos Colomer Barcia (Valencia)

Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar:

Esta es una carta muy diferente a las que soléis recibir estos días. Tras largos meses de espera, he decidido que el momento idóneo era este. Como no hablamos el mismo idioma, me generaba dudas el modo de decíroslo, pero al final he pensado que, aunque seguro que tenéis el buzón saturado estos días, la vía epistolar era el conducto reglamentario. No os creáis que ha sido tarea sencilla, pues como tampoco se escribir he tenido que recurrir a un intérprete y a un escritor para poder redactar con sentido estas palabras.

Llevo 21 siglos trabajando con vosotros. Desde aquel primer apasionante viaje a Belén para presenciar el nacimiento del Niño-Dios hasta este último año pasado, en el que la pandemia no fue un impedimento para que lleváramos regalos a niños de todo el mundo. Han sido años de muchísimas aventuras, en las que los nervios y la tensión por llegar a tiempo se veían compensados por la satisfacción de repartir alegría a personas de todo el mundo.

Después de darle muchas vueltas y hablarlo con algunos compañeros, he decidido que este será mi último año acompañándoos en vuestro mágico viaje. No ha sido una decisión fácil, pero ya soy muy anciano y no puedo servir a sus majestades como merecen ser servidas. Os lo digo desde el más profundo agradecimiento pues, a pesar de las largas jornadas de trabajo, se me hace muy difícil imaginar una vida mejor que la que he pasado a vuestro lado.

Al escribir estas palabras son muchas las anécdotas que se me vienen a la cabeza. Recuerdo como si fuera ayer cuando en 1879 le regalamos a Thomas Edison unas piezas que le ayudarían a inventar la luz unos meses más tarde o cuando en las frías navidades de 1605 le dejamos a Miguel de Cervantes debajo del árbol la pluma con la que escribiría El Quijote de la Mancha. Hemos sido testigos de los momentos más crudos de la historia, intentando ser una luz de esperanza en medio de las situaciones más oscuras.

En este sentido, recuerdo que me conmocionó especialmente cuando en plena Revolución Francesa tuvimos que disfrazarnos de paisanos para pasar desapercibidos entre las revueltas nocturnas; o aquella vez en la que, durante la I Guerra Mundial, tuvimos que ir a las trincheras para entregar regalos a los soldados de los dos bandos; o cuando presenciamos con nuestros propios ojos las consecuencias de la caída del Imperio Romano.

Tampoco se me olvidan los momentos divertidos, como cuando nos quedamos encerrados en un ascensor en Brooklyn o como cuando el año pasado en una casa de una pequeña aldea de Finlandia un perro guardián mordió la pierna a Gaspar y tuvimos que salir corriendo… Que, por cierto, espero que ya esté recuperado.

Consciente de ser un privilegiado, guardo todos estos momentos en mi corazón como verdaderos tesoros. Cuando dejábamos los regalos en las casas de los niños se me pasaban por la cabeza todas las bonitas historias que estábamos ayudando a construir y pensaba que contribuir al reparto de tanta felicidad era el mejor regalo que alguien podía recibir. Os mentiría si os dijera que no echaré de menos el oficio, así como toda la comida que nos dejaban las familias a modo de refrigerio. Mientras vosotros os ponías las botas con el roscón, yo arrasaba con mi gran debilidad: las zanahorias… ¡Qué buenas estaban!

Como consuelo, durante los últimos años he podido comprobar que la tecnología ha avanzado a pasos agigantados y ahora existen numerosos medios de transporte como el coche, el tren o incluso el avión que seguramente son mucho más cómodos y eficaces que mi vieja joroba. Por tanto, sé que mi jubilación no será un impedimento para que podáis seguir haciendo felices a los niños de todo el planeta.

Con especial cariño y admiración se despide pidiendo vuestra bendición Amrael, el camello oficial de los Reyes Magos de Oriente.

PD: Espero que le llevéis carbón a aquel niño de Canberra que me confundió el año pasado con un dromedario.

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